Javier NEIRA

Veinticuatro perlas dejó ayer Luis Vázquez del Fresno en su recital en el Conservatorio de Oviedo. Veinticuatro grandes momentos, uno por cada uno de los «Preludios» de Debussy que ofreció en una memorable velada. Quizá por el tiempo, tan desfavorable, sólo acudieron a paladear la ocasión unos pocos, entre ellos el catedrático de Musicología Ramón Sobrino, el gestor cultural Luis Feás, el abogado Ramón Mijares, el catedrático de Composición Fernando Agüeria o el propio director del Conservatorio Superior, Alberto Veintimilla.

Vázquez del Fresno planteó la sesión como una clase dirigida a los que fueron sus alumnos o ahora lo siguen siendo del Conservatorio -está jubilado como catedrático de la casa desde hace dos años- y también para sus ex compañeros de claustro, así que dio explicaciones sobre los «Preludios», en algunos casos sobre la propia partitura, proyectada en una pantalla gigante.

Como indicó, el pentagrama es al músico lo que un plano al arquitecto; sobre esa base escrita hay que levantar todo el edificio sonoro, de manera que lo subjetivo se impone a lo objetivo y aun así las notas no tienen la exclusividad del protagonismo, que está reservado para el conjunto sonoro, al menos en el caso de Debussy. Vázquez del Fresno añadió que el compositor francés detestaba los aplausos, así que pidió reservarlos para el final si era el caso. Lo fue, y el pianista, como merecía, recibió una larga ovación.

Arrancó con «Danseuses de Delphes», solemne; siguió con «Voiles», de una enorme sutileza en las manos del pianista gijonés, y cerró el primer bloque -interpretó los preludios de tres en tres- con «Le vent dans la plaine», una pieza sencillamente endiablada que resolvió con sobresaliente.

El segundo grupo empezó con un preludio convertido en una cita exquisita a Baudelaire, para seguir con una composición en el límite de las notas agudas y gusto napolitano, y concluyó con una pregunta bajo la forma de una duda al andar sobre por la nieve. Francamente bien.

El tercer bloque, siempre con nombres poéticos pero no por eso referidos a una música descriptiva, trató del viento -impresionante interpretación-, una estampa infantil y un recuerdo a la música española en forma de serenata a la francesa. Culminó la primera parte de la sesión con el archifamoso «La catedral sumergida», seguido de una cita al Shakespeare del «Sueño de una noche de verano» y alusiones al jazz triunfante ya en la época.

Tras el descanso, Vázquez del Fresno, con guión de Debussy, habló de la niebla, las hojas muertas y de nuevo música española en el preludio «La puerta del vino».

El sexto apartado fue para las hadas, la pieza «Bruyères», que elevó a la máxima categoría interpretativa, y una cita del general Lavine, un payaso que en el teclado del gijonés dio mucho juego.

Un recuerdo al recurrente «Claro de luna» -un preludio precioso-, a «Ondine» y a Samuel Pickwick como sátira del mismísimo Dickens, y como final la enigmática «Canope», seguida de un divertimento, «Les tierces alternées», y el líquido y espectacular «Fuego de artificio».

Ciento cinco minutos intensísimos de la mejor música de piano y una larga y sentida ovación.

Una partitura para un músico es como un plano para un arquitecto, explicó ayer Vázquez del Fresno antes del recital; a partir de ahí, hay que levantar todo el edificio sonoro, así que, primero, presentó y analizó sobre los pentagramas los 24 «Preludios» de Debussy y, después, al piano completó el monumento musical.