Javier NEIRA

Siete veces rugió ayer el león en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, ya que el instrumento de percusión así denominado intervino en siete ocasiones a lo largo de la obra «Integrales», de Varèse, que interpretó como apertura de la velada la OSPA bajo la excelente batuta del maestro carbayón Pablo González.

La anécdota acabó siendo categoría y la atención se concentró en ese instrumento pero entre los gong y otras amplias sonoridades de la magnífica pieza del compositor francés tampoco destacó sobremanera. Diecisiete instrumentos de percusión -pero sin timbales- y once de viento formaron un juego de atmósferas y vanguardias que visto casi cien años después maravilla y más según el maestro González, que se mostró como pez en el agua.

Después, obertura y dos escenas de «El minotauro», de Carter, compositor fallecido el pasado año. Una anécdota marcó el arranque. Vladimir Atapin, chelo principal, perdió las gafas y hubo que improvisar con unas prestadas. Con hechuras de poema sinfónico para una orquesta con piano, mucho apoyo en la cuerda y cinco percusionistas con un final magnético. El maestro González, generoso, invitó a saludar a Andreas Weisgerber, clarinete principal, a Peter Pearse, flauta coprincipal, y al propio Atapin.

Tras el descanso, la primera sinfonía de Chaikovski, de rara belleza, que puede rivalizar con las grandes del ruso aunque la afirmación suene a herejía. Las trompas amagaron «El vals de las flores» en el inicio, la cuerda poderosa se impuso y una intervención de Oleg Lev, viola principal, dio paso al arrollador remate. Más de tres minutos de ovaciones. Entre el público, familiares del maestro González como sus tíos Ana e Ignacio Bernardo.