Concierto memorable de la OSPA, anoche, en el teatro Jovellanos, con media entrada y gracias. Servidora acudía con cierto recelo, vamos a ver, que nos propongan como plato de entrada a una compositora medio peruana, china, lituana y judía, puede ser un buen pedigrí de garantía multicultural, pero que la mujer, Gabriela Lena Frank sólo tenga en la actualidad cuarenta años y que además haya escrito su «Leyendas: Un paseo andino», en 2001, es decir cuando tenía 29, e iniciado ya el siglo XXI... Era para echarse a temblar, máxime con los precedentes de tanta música del siglo XX que ha pasado a integrar el manual de la tomadura de pelo. Pues ya ven, no. Esta chica es genial. Su sinfonía, en cinco movimientos y exclusiva para cuerdas, se inició con «Toyos», una melodía muy sugerente, original, cargada de nostalgias folklóricas. El segundo movimiento era algo más raro, pero sin disonancias, hablaba la tierra andina en un idioma muy suyo, pero alegre y festivo. El resto de la sinfonía, recuperada la confianza fue un bello relato de climas, mitologías, culturas... Digno tributo a su propio mestizaje, pero siempre impregnado de los aires del Pacífico.

El director del concierto, David Lockington, es el guaperas inglés que ilustra la portada del catálogo de la OSPA para la temporada actual, y ha sido uno de los tres candidatos que pugnaron por dirigir nuestra orquesta sinfónica, junto a Perry So, y Rossen Milanov, que al fin se alzó con la responsabilidad y la batuta. David Lockington vestía como un dandy, en consecuencia; alto, esbelto, su frac le caía de modo impecable. Dirigió con esa misma línea de mesura y elegancia.

Con todo, la gran estrella de la velada fue el trompista alemán Stefan Dohr, un genio. Se enfrentó al «Concierto para trompa nº 2 en mi bemol mayor», de Richard Sttrauss e hizo de él un recital de técnica y belleza. En el allegro es imposible no evocar las escenas de perros, caballos y jinetes en la caza del zorro, pero pronto se olvidan éstas para entrar en la hermosura del diálogo que la trompa mantiene con la orquesta, logrando entre ambos pasajes plenos de virtuosismo. El sonido de la trompa es precioso, a veces recuerda la voz de un bajo, al minuto siguiente nos parece escuchar a la soprano. Fue muy aplaudido, Stefan Dohr, tanto que se vio obligado a regalar una propina, que según sus propias palabras correspondía a una obra del compositor francés Olivier Messiaen.

Mozart selló la magnífica noche musical de nuestra OSPA con su sinfonía nº 36 en do mayor. La que fue capaz de escribir en tres días, el hombre. Festiva, llena de gracia, incluso bailable en ocasiones, deslumbrante. Tenía 27 años cuando la compuso lo que no impide que esté llena de madurez y de expresivo cromatismo.

Por su parte, la OSPA en su línea. Debe ser de lo poco que funciona bien, aquí, en este país nuestro.