Todos los elementos jugaban a favor de la primera función de los «Carmina Burana» en el teatro Campoamor en versión de «La Fura dels Baus». Y como había presagiado el director de «Oviedo Filarmonía», Marzio Conti, el éxito asegurado se consumó ayer con una ovación cerrada de cinco minutos después de una hora de concierto en el que la orquesta fue arrolladora, los cantantes superaron con matrícula los retos gimnásticos de esta versión, el orfeón pamplonés cumplió con nota y la propuesta escénica del grupo de teatro no provocó más rechazo entre un público poco amante de las transgresiones que el paraguas que una espectadora abrió en un palco en el momento en que un entregado Thomas Bauer regaba furioso al patio de butacas.

Ese «In Taberna, estuans interius», con el barítono metido en la piscina lanzando sus copas de vino contra los espectadores fue, de hecho, el único momento en que los aplausos interrumpieron el concierto. La excepcionalidad de un montaje de estas características en Oviedo se pudo notar ya, mucho antes de que sonaran los primeros acordes del «O Fortuna». Con todo el papel vendido para ayer y para hoy, por los alrededores del teatro había procesiones de gente con los carteles de «compro entradas».

Finalizado el concierto, el bis de «O Fortuna» y otra nueva ovación dejó claro que el público había caído rendido a la actuación de «Oviedo Filarmonía» y del director Marzio Conti.

Los «Carmina Burana» de Carl Orff en versión de «La Fura dels Baus», a pesar de arrancar con la pieza más conocida y de mayor potencia dramática, presenta una gradación desde los primeros poemas hasta los momentos más agitados de celebración del vino y el goce carnal.

Con la orquesta literalmente encerrada por una mosquitera gigante sobre la que se disparan los juegos visuales, las primeras composiciones arropan la parte musical con una propuesta sencilla de luces, estrellas y tierras que plantean una especie de alegoría del origen de la tierra, pasando después a lo que parecen evocaciones del origen de la vida en el agua mientras el coro canta a la explosión de la primavera tras la crudeza invernal.

La escena de baño de las muchachas, con unas actrices muy poco entusiastas, da paso a una celebrada invasión del patio de butacas con linternas y a las primeras tomas de cámara en directo proyectadas sobre el gran cilindro en las que se puede ver a Marzio Conti dirigiendo a la orquesta.

Luca Espinosa, soprano de «La Fura dels Baus», arranca en ese punto un inquietante juego entre surrealista y naïf mientras canta al maquillaje y los cuidados para agradar a los muchachos. Y rápidamente salta a la piscina, uno de los elementos más llamativos del montaje, en la que reproduce momentos propios de números de escapismo, con más cámara en directo.

De la citada escena de la taberna se pasa a la pequeña «gamberrada» de «La Fura» en la que el cisne cocinado del poema «Olim lacus colueram» se transforma en pollo trinchado interpretado por un Xavier Sabata colgado de la grúa.

El regreso de Thomas Bauer enfrentado a los espectadores, en el papel del Abad, blandiendo su capa por encima de las butacas vuelve a agitar el ritmo para la primera aparición de la soprano asturiana Beatriz Díaz, muy cómoda en estas escenografías arriesgadas de «La Fura».

Tras las persecuciones de unos y otros, en juegos que recuerdan las batallas de carnales y cuaresmas clásicas, la cantata de Carl Orff se cierra con los dos versos de «Dulcissime/ totam tibi subdo me» («Atí, el más amado/ toda entera me entrego») en un sobreagudo que enlaza, ya sin descanso, con el regreso al «O Fortuna» final, interpretado con más rabia y el público ya metido totalmente en la rueda de la vida y la muerte y las posibilidades trágicas del deseo.

Lo que siguió fueron largas ovaciones, en especial al coro y a la orquesta, y un bis que confirmó que el regreso de «La Fura dels Baus» a la ciudad ha sido por la puerta grande.