La literatura ha ocupado buena parte de la vida de Laura Castañón (Mieres, 1961), como ávida lectora y profesora de talleres de creación, pero ha sabido esperar sin prisas años y libros hasta dar con la ambiciosa historia que la estaba buscando. Y esa historia y no cualquier otra que resultara impostada o forzada es la que ocupa las 551 páginas de «Dejar las cosas en sus días», publicada por la editorial Alfaguara y que su autora presenta hoy en el Antiguo Instituto. Es la primera entrega de una trilogía en marcha que ocupa un siglo de vida asturiana, desde los primeros años del siglo XX hasta casi anteayer, hilada por una saga (cuatro generaciones de la familia Montañés) y otros personajes que atraviesan, desde su llegada a la cuenca minera asturiana, una centuria de sueños ensangrentados, deseos y esperanzas.

Ojo, no estamos ante otra maldita novela sobre la guerra civil española, que diría Isaac Rosa, aunque el conflicto está ahí, como otro personaje más. «Mi novela habla de lo individual y lo colectivo, de las relaciones personales y la memoria, no de la guerra», aclara la escritora, madre de la conocida poeta Sofía Castañón. Y de ahí que su relato se despliegue como un bien anudado tapiz en el que los procedimientos literarios (desde el narrador omnisciente a los correos electrónicos) sirven a un propósito: «Dibujar toda una época y abordar un asunto clave: la búsqueda de la identidad; somos el resultado de unas circunstancias».

Es cierto que Laura Castañón publicó un relato para niños en la añorada Júcar y algún otro cuento que recuerda vagamente. Y, también, que computa un par de intentos novelísticos de los que no ofrece mayores pistas. Quienes conocen a la escritora, afincada en Gijón desde principios de los años ochenta, aseguran que estaban convencidos de que acabaría firmando un libro denso. Esa espera duró hasta finales de 2008, cuando la narradora escribió la primera frase de «Dejar las cosas en sus días»: «Si Benito Montañés hubiera sabido...». Ya no pudo parar hasta el 24 de abril de 2011, cuando puso el punto final.

Nacida en Revallines, cerca de Bustiello, poblado mierense considerado uno de los mejores ejemplos de patrimonio industrial que responde a la concepción paternalista de empresarios como Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, Laura Castañón conoce muy bien el escenario geográfico, social e histórico por el que se mueven sus personajes.

«Cayó en mis manos el libro de actas del jefe de guardas jurados de la Hullera Española de la época del marqués de Comillas; recuerdo que me fascinó», explica Laura Castañón, que ha leído y se ha documentado a fondo para escribir una ficción trabada con figuras y hechos históricos, desde las referencias a Manuel Llaneza, por ejemplo, o el enfrentamiento entre el SOMA y el Sindicato Católico.

¿Y por qué una novela que recupera la tradición de las sagas familiares, un tanto olvidada en la actual literatura? Laura Castañón, que se confiesa voraz lectora de las novelas del «boom» latinoamericano e indesmayable admiradora de Antonio Muñoz Molina, indica que le «apetecía» proseguir una trama con «personajes que crecen y construyen relaciones familiares». Y así, la escritora ha levantado un territorio que es una metáfora de la vida: «He decidido que tendrá continuidad en dos libros más; es como iluminar una zona de la sombra».