Raphael cumplió con las expectativas en el paso por Gijón de su gira "Mi gran noche". Fueron dos conciertos con lleno absoluto, plagados de fans entregados desde antes del comienzo del recital. Esto se palpaba ya a las afueras del teatro, y se confirmó con la sonora ovación que acompañó a la salida de Raphael al escenario. Eran los prolegómenos de una noche cargada de nostalgia y recuerdos en la que sonaron muchas canciones de las caras B de los discos de sus primeros años, y en la que no faltaron muchos de los clásicos de su carrera. Casi tres horas de espectáculo intenso, sin apenas descansos para el cantante, con variedad de estilos y tiempos, que dieron forma a un repertorio variado y que no cayó en la monotonía.

Quizás esa vitalidad de Raphael sea una de las claves para mantener la intensidad del show desde los primeros compases. No es sólo una cuestión de despliegue de energía, sino más bien del dominio de la escena de un artista con cincuenta años de trayectoria; un cantante con oficio que sabe moverse en el escenario e interpretar cada canción no sólo con la voz, sino también con la gestualidad corporal, el juego de miradas y los ritmos de sus desplazamientos. Todo un repertorio de mecanismos retóricos con sello propio que dan vida a cada tema y que le permiten transitar del pop sesentero de "Hoy mejor que mañana" al drama de una balada como "Me estoy quedando solo", en la que el artista terminó simulando el llanto. Puro artificio, sí, pero un desafío del que pocos cantantes del panorama nacional pueden salir airosos.

La intensidad también se percibió en la voz potente e impostada de principio a fin, con un amplio registro, aunque con evidentes problemas en las transiciones a los agudos que el cantante disimulaba, con mayor o menor fortuna, alejando el micrófono hasta encontrar la nota adecuada. A pesar de todo, Raphael se enfrentó con valentía a los desafíos vocales de su repertorio y no dudó en cantar a capela en varios momentos e incluso sin micrófono en un verso de "Nada".

Raphael no se olvidó de agradecer la labor de su compositor fetiche, Manuel Alejandro, autor de gran parte de su repertorio y artífice de canciones que se adaptan perfectamente a la interpretación del cantante, con progresiones armónicas ascendentes que culminan en agudos sostenidos que conducen al clímax y a la catarsis escénica, como en el caso de "Un día más". Mención aparte merecen los arreglos instrumentales de esta gira, que en ocasiones quisieron adquirir un protagonismo innecesario y que no les correspondía, con recursos demasiado efectistas y en ocasiones kitsch, como los guiños al "Claro de luna" de Beethoven en "Cuando tú no estás" o la cita a la guitarra de "Day tripper" de "The Beatles" en "Estuve enamorado". La instrumentación tampoco ayudó, por el excesivo peso de los sintetizadores y las bases pregrabadas, que hicieron sonar viento metal, cuerdas e incluso coros femeninos en varias canciones, siendo todos los músicos varones. Y es que estas son el tipo de incongruencias a las que llevan los excesivos (y cada vez más habituales) ajustes de plantilla en las giras.

A pesar de estos detalles, el concierto fue toda una demostración de arte y oficio, con un Raphael entregado y un amplio repertorio, en el que no faltaron "Escándalo", "Mi gran noche" o "Digan lo que digan". Se echaron de menos "Como yo te amo" y "Yo soy aquel", pero el público se fue a casa satisfecho y con la seguridad de que a Raphael le queda cuerda para rato.