La gran madre Rusia inundó ayer noche de fuerza, drama, intensidad, dolor y belleza el auditorio de Oviedo con la ópera "Boris Godunov", de Mussorgsky, en versión concierto. La poderosa "Orquesta Nacional du Capitole de Toulouse", el formidable "Orfeón Donostiarra" y 14 excelentes solistas dirigidos por el maestro Tugan Sokhiev ofrecieron una velada memorable con la intervención sencillamente estelar del bajo Ferruccio Furlanetto en el papel del zar malvado. Crimen y autocastigo sobre una partitura tremenda. Al final el público aplaudió durante siete minutos y 12 segundos, con ovaciones especialmente dirigidas al extraordinario bajo. Sin duda fue la ópera de la temporada, a juzgar por la calidad del conjunto y la respuesta entusiasta del público.

El concierto empezó con diez minutos de retraso, en torno a 190 artistas en el escenario y una pantalla gigante sobre la que se proyectaba el libreto. Acabó cerca de las diez y media de la noche entre el delirio del respetable. Como indicaba recientemente la crítica francesa, un espectáculo así se ve una sola vez en la vida.

En la primera de las siete escenas de la obra el campesino Mitiushka ya mostró la calidad vocal que encerraba el elenco, y en la segunda el tenor John Graham Hall, en el rol del príncipe Chuiski, abrió la mejor puerta al "Orfeón Donostiarra", que cantó "Gloria al zar Boris en toda la tierra rusa" con un arrojo y calidad fantásticos.

Y apareció Furlanetto, cantó "Tengo el alma afligida", y lo que ya era de diez se volvió fuera de calificación, porque es quizá el mejor bajo del mundo y de, por así decir, una especie que ya no queda. Unida a esa veteranía irrepetible, el joven maestro Sokhiev mostró lo que se adivinaba por su currículum impresionante. Pocos directores hay como él.

La tercera escena fue más dialogada, menos solemne y trascendente, y la cuarta sin coro y con cinco solistas tuvo momentos cómicos y siempre arriba, muy arriba. Muy bien la quinta escena, con el zar Boris ya desatado y cantando "Muera quien muera yo soy el asesino" -un trasunto de Enrique III-, y en la parte final Furlanetto llegó a lo máximo entre remordimientos, locura y expiación, sumando su impresionante voz a una música con una fuerza dramática colosal.