"El barbero de Sevilla", la ópera representada anoche en el teatro Jovellanos obtuvo un sonoro éxito, pese a que, según había manifestado la víspera María Sanhuesa en la charla de presentación del espectáculo, en el reparto del mismo se había dado oportunidad a jóvenes cantantes, los mismos que hace dos años actuaron en Oviedo con sorprendente resultado. Un dato que para el público habrá pasado inadvertido por el modo de moverse en escena cada uno de los intérpretes, por la soltura con que resolvieron sus papeles y su calidad musical.

Casi se rozó el llenó en el patio de butacas. Desde la megafonía se pidieron disculpas por los veinticinco minutos de retraso en el inicio de la obra, debido a la algarabía exterior que produjo la manifestación del arco iris, mientras todos esperábamos el momento en que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias ofreciera la preciosa obertura escrita por Rossini. El alzado de telón mostró una escenografía que a todas luces situaba la acción en estos tiempos. Un enorme cubo al girar sobre sí mismo iba mostrando o bien una casa, o la consulta de un médico o la habitación de Rosina, la protagonista. El recurso era ingenioso pero tal vez excesivamente austero, sin conceder un mínimo de detalle a la arquitectura típica andaluza, ya que por mucha modernidad que se quiera dar al ambiente la escena se desarrolla en Sevilla igual que hace un siglo. Una reja, una maceta de geranios, o una simple silla policromada hubiera definido el singular carácter de la tierra que sustenta la historia.

Respecto al vestuario, podría definirse en la misma sencillez que ofrece la actualidad. Pero como lo trascendente son las voces, diremos que todos resolvieron su papel con dignidad, destacando de modo rotundo el barítono Filippo Fontana, en el papel de Fígaro, pletórico de voz, de expresividad, y de técnica. En cuanto al tenor Jorge Franco, representando al conde Almaviva, canta bien, exhibió una correcta formación pero su timbre de voz no convenció. Asude Karayavuz, la soprano que da vida a Rosina, variable, perfectamente en las notas altas y débil al ir bajando la escala. El Coro de la Opera de Oviedo, muy bien, en su línea. Se puede decir que el público en general quedó satisfecho, los aplausos fueron numerosos y espontáneos, aunque en ningún momento mostraron el entusiasmo que suele provocar la emoción o la admiración.