El dúo formado por el contrabajo Manuel Ballesteros y la pianista Irina Palazhchenko consiguió ayer embrujar al público del Festival de Verano de Oviedo. El claustro del Museo Arqueológico se convirtió, gracias a sus piezas, en el escenario de un viaje por las fiestas populares de la historia.

A las 20 horas, no había ni un hueco vacío en las sillas dispuestas por todo el claustro. Manuel Ballesteros salió a escena sonriente, seguido de una tímida Irina Palazhchenko. Para abrir boca, el "Intermezzo" de Enrique Granados, la ópera más popular de sus "Goyescas". Algunos se esforzaban en levantar la cabeza para ver los rápidos movimientos de las manos de la pianista y los cambios pausados del contrabajista. Pero no importaba no ver. Y muchos cerraron los ojos y se dejaron llevar. Sabían lo que venía y era mejor hacerlo así. "El paño moruno", "Asturiana", y "Jota" de Manuel de Falla"; un recorrido desde lo más profundo y oscuro a lo más luminoso y festivo.

Antes de un breve descanso, una de las piezas más bellas para contrabajo, "Fantasía de Lucia di Lammermoor", de uno de los contrabajistas más virtuosos de la historia, Giovanni Bottesini. Ballesteros mostró su habilidad en el manejo de las cuerdas consiguiendo juegos de sonidos perfectos que arrancaron los aplausos. Tras él, el solo de Palazhchenko con la "Polonesa en La bemol mayor" de Chopin, llena de intensidad emotiva, golpes y agudos. La "Suite andaluza" de Pedro Valls animó la velada cuando la luz natural comenzaba a apagarse, para rematar con el "Gran tango" de Astor Piazzolla, plagado de ritmos aparentemente discordantes pero sorprendentemente melódicos, que obtuvo un largo y acalorado aplauso.