En los últimos cincuenta años de las sociedades de consumo se ha borrado la huella de los 20.000 años anteriores, un tiempo en que el modo de vida apenas generaba residuos. Esta idea fue el eje del taller que este fin de semana organizaron el centro de arte rupestre de Tito Bustillo y el Centro de Formación para el Consumo de Ribadesella dentro de la Semana Europea de la Prevención de Residuos.

La docena de participantes de la actividad comenzó su viaje en el centro de Tito Bustillo, donde realizaron una visita que Francisco López guió por la vida cotidiana del hombre que pintó las paredes de Tito Bustillo. Ataviado con una mochila fabricada a partir de pieles de conejo, el monitor partió de la base de que tanto aquel habitante paleolítico como los seres humanos actuales "utilizan un bien para satisfacer unas necesidades". Todos necesitan alimento, ropa y techo, pero se diferencian por "las necesidades secundarias".

López mostró a los asistentes cómo "Ribadesella era un gran supermercado" para aquellos prehistóricos, lo que sin duda ayudó a la habitación de la cueva de Tito Bustillo. "En la ría recolectaban marisco y bígaros, también conseguían comida en la playa, en los bosques bajos cazaban caballos y ciervos y en las zonas más altas cabras montesas", describió el monitor. Aquellos hombres vivieron a finales de la última glaciación, cuando en Ribadesella había diez grados menos que ahora, y necesitaban ir "muy abrigados". Llevaban, además, "ropa muy sofisticada", al contrario de la imagen que se suele trasladar de su mundo.

La confeccionaban con los restos de los animales que cazaban. Raspaban las pieles con cuchillos de sílex para quitarles la grasa y los restos y las cosían con agujas de hueso como las que los participantes en el taller pudieron tocar, aunque podrían haber sido "de cuerno e incluso de madera", explicó López no sin antes advertir que este material no ha llegado hasta nuestros días. Los asistentes demostraron tener buenos conocimientos acerca de aquella época, pero no dieron con el material del que hacían el hilo para coser sus trajes. "Lo conseguían de los tendones que dejaban secar e iban sacándole hilos", explicó Francisco López.

Los tendones de sus presas también servían para fabricar cuerdas con las que ataban, entre otros, los cuchillos de sílex a los mangos de madera, una unión que también conseguían "con resina de los árboles, con ámbar derretido" o con las mismas cuerdas pero fabricadas con pieles y tripas. Arpones hechos de cuerno o conchas que servían de envases se alternaron en la exposición con lámparas tan ecológicas como la de tuétano. "Fue un invento revolucionario", expuso López, antes de destacar que "con el fémur de una vaca tenían luz para todo el día" y, además, "no huele ni echa humo". Los participantes disfrutaron a lo grande con las dos partes del taller y buena cuenta de ello dieron los langreanos Leticia Fernández y su hijo de ocho años Enol Antuña, a quien apasiona el tema del reciclaje. "Ya conocíamos el centro, pero al ver que este taller estaba vinculado al de consumo, vinimos sin dudarlo", explicó Fernández, a quien la actividad le pareció "muy amena".