Algo tiene el toro bravo cuando acomete y un torero mece con un trapo su embestida, que todas las manifestaciones artísticas se han nutrido de la plasticidad del espectáculo taurómaco que incluso autores reacios al arte de Cúchares han sentido la necesidad de dar cuenta de distintos momentos de la lidia. Es el caso del célebre surrealista gijonés Aurelio Suárez que supo captar con rienda suelta a su imaginación la suerte suprema. Como la captaría, si viviera, en una nueva edición de la Feria de Begoña que da comienzo esta semana.

Pese a detestar su parte cruenta el aurelianismo se empapó de la liturgia taurina y la representó sin obviar su lado sangriento como muestra con todo lujo de detalles, banderillas, divisa y estoque incluidos, el cuadro "Muerte del toro", de 1951. Mientras el morlaco agoniza en el ruedo el torero de turno saluda ya una ovación, seguro de su certera estocada y ajeno al natural desenlace de la Fiesta. Tampoco deja en el olvido la dualidad entre la vida y la muerte. Tanto del toro, como del torero e incluso de ambos. "Vengo a matarte", de 1953, es buen ejemplo al representar, con coña aureliana, un toro con cuerpo de hombre, u hombre con cabeza de astado, que se envalentona para lidiar a la muerte.

Su falta de taurinismo, como queda patente en el legado pictórico aureliano, no estaba reñida con un profundo conocimiento de los cánones del toreo. Incluso de sus entresijos y curiosidades como prueba la recreación de un botijo con forma de toro ideado por Aurelio Suárez en 1965. En aquellos años, y hasta bien entrados los noventa, no había coche de cuadrillas en el que faltase este elemento de cerámico que los diestros antiguos empleaban para humedecer capotes y muletas e incluso para refrescarse. Un tradición, la del botijo, que pocos maestros mantienen hoy.

La plasticidad del toro bravo, que se volverá a apreciar esta semana en Gijón, encajó a la perfección en los planos surrealistas y oníricos de Aurelio Suárez. La soledad del torero en el ruedo la explica el autor en "Toreador", de 1931, el más surrealista de la muestra. Una figura, ensangrentada, en medio de un desierto donde se aprecia la aridez del terreno.

La obra de Aurelio Suárez, sin ánimo de reeditar la Tauromaquia de Goya, supone un análisis amplio de la Fiesta nacional donde pone de manifiesta la vida y la muerte, una dualidad que durante la lidia une la vida y los destinos de toro y torero.