Joan Llaneras (Barcelona, 1943), lleva medio siglo actuando. Su primera actuación fue en la serie "Vivir para ver", y el más reciente, y uno de los que más visibilidad le ha dado ha sido su papel de don Senén en "Amar en tiempos revueltos". Este sábado, a partir de las 20.30 horas, actúa en el teatro Jovellanos, haciendo el papel de Cervantes, en la obra teatral "El retablo de las maravillas". Pese a sus 74 años sigue con fuerzas para seguir y cree que, en muchas profesiones, se debería eliminar la obligatoriedad de jubilarse a aquellos que no quieren hacerlo.

-Encarna la figura de Cervantes en "El retablo de las maravillas". ¿Por qué es tan especial su figura?

-Porque con una apariencia humilde, y sin dejar de conocer su propia valía e ingenio, a veces cuando escribe, lo que dice lo quiere poner en duda. En la obra interpreto la apariencia del símbolo de Cervantes, con las frases más escogidas de él mismo. La magia de Cervantes es que permanece vivo de una manera intemporal.

-¿Qué encontrará en esta obra el público del Jovellanos?

-Es un espectáculo realmente divertido, en el que Francisco Negro se ha basado en "El retablo de las maravillas", pero lo amplia y lo usa como hilo conductor para ir engarzando en él un collar de perlas cervantinas con sus gestos. La magia sucede cuando aparece el mismo Cervantes en el retablo, pero no es el Cervantes de verdad, sino una simbología con un poco de alma de su propio personaje, es decir, el Quijote. La versión de Francisco Negro de "El retablo de las maravillas" es fascinante. Los personajes están repartidos por el escenario, y parece que no tienen nada que ver, pero encajan estéticamente a la perfección. Las mentiras y vanidades de los personajes hacen reflexionar en una obra con humor mordaz e irónico.

-Lleva casi medio siglo actuando, ¿el teatro está más vivo que nunca?

-El teatro siempre está vivo. Es un espectáculo que se le ofrece vivo al espectador. No todos los días el público es el mismo y hay cosas que varían en función de la energía que se transmite entre el escenario y el patio de butacas. Yo mismo me quedo sorprendido cuando el personaje el texto entona un mismo texto de distinta manera y se abren nuevos conceptos.

-¿Qué recuerda de sus inicios en la serie "Vivir para ver" en 1969?

-Estaba buscando en aquel momento la aprobación del actor que uno supone que es. Tenía claro que quería dedicarme a esto a los siete años, pero entonces mi familia se reía. Cuando tenía 16 años mi padre vio que iba en serio, y comprendió que no iba a ser médico, que era lo que él quería.

-¿Sigue siendo ahora tan difícil ser actor como en aquel momento?

-Ahora hay una cosa que se llama televisión y que proporciona una amplitud, por lo que creo que ya no es tan precaria la profesión. Aún así todavía es difícil tener en tus manos la posibilidad dedicarte a lo que te hace feliz.

-Empezó en la televisión en "Estudio 1". ¿Cómo ha cambiado este medio?

-Una de las cosas más que más me gusta de la televisión es que me voy a otro país, como Panamá o a Colombia, en este caso Bogotá, y la gente me para por la calle. Me sigue sorprendiendo que, por un solo capítulo de "Amar en tiempos revueltos", se tenga más visibilidad que por 50 años de teatro. La televisión apareció en mi vida cuando tenía 14 años, y lo que echo de menos son las retransmisiones de teatro en radio. A veces me ponía a leer el texto, e interpretaba con el magnetófono todos los personajes.

-El papel del cura don Senén ha sido en "Amar en tiempos revueltos", ¿ha sido el que más fama le ha dado?

-Admito que no me considero un actor famoso, de esos que cuando vas por la calle te paran y te dicen que ahí va tal persona. No soy una estrella, pero soy feliz. He hecho muchos papeles de protagonista y todos los actores tenemos nuestros grandes momentos. No me puedo quejar, porque he tenido la suerte de interpretar a don Juan Tenorio, Felipe II, don Quijote de la Mancha o a Cervantes. Al final más que llamarme la gente Joan Llaneras, la gente me llama don Senén, el "Cartones" o Pablito por "La saga de los Rius".

-A sus casi 74 años, ¿sigue con ganas de actuar o ya ve cerca su retirada del mundo espectáculo?

-Sigo teniendo la misma afición que cuando empezaba en la profesión. Todavía no se me ha pasado. Lo único es que tengo ciertas espinas, y aunque adoro mi profesión, detesto mucho de lo que la rodea.

-¿Qué detesta?

-El exceso de vanidades. Eso que acostumbra a ser un defecto humano, llamado vanidad, el artista la necesita. Es su espada de Damocles, transformar en virtud lo que a veces es vicio.

-¿Le queda algún papel por hacer?

-Me hubiera gustado hacer el Rey Lear, de Shakespeare. El 14 de febrero pasado cumplí 74 años, así que enseguida cumpliré tres cuartos de siglo, y no me puedo quejar, porque me encuentro muy bien y actuando, mientras otros están retirados. Lo de la jubilación depende de cada circunstancia. Un minero entiendo que quiera hacerlo porque bajar a la mina no es plato de buen gusto por mucho que le paguen. Quejarnos es muy fácil, pero gobernar es muy difícil. No se pueden hacer leyes con tabla rasa. Tiene que haber una igualdad de derechos, pero no se puede obligar a todo el mundo a jubilarse a los 65, 67 o 70 años. Hay gente muy capacitada para continuar muchos años ejerciendo su profesión.

-Los espectáculos han cambiado con el paso de los años. ¿La exigencia del público también se ha modificado?

-He notado un cambio muy profundo del que me quejo, y eso sí me hace anciano en el mundo del arte. Veo mucha menos sinceridad del público cuando aplaude. Sí me molesta como artista que no me depure el público cuando aplaude y me dejen vendido a la opinión de un crítico con el que puedo no estar de acuerdo. Es decir, si no te gusta, patea, silba, y si no me oyes, dilo en voz de alta. Pero el público aplaude lo que no gusta, y para mí es grave para la depuración del arte. Nos deja vendida a la opinión de productores, y no hay una depuración real de a quien me dirijo. No es lo mismo reconsiderar mi actuación por un crítico que no puedo compartir que la del público, que al final es para quien va dirigida.