Alzada sobre unos originales tacos que la hacen menos bajita y vestida de negro riguroso, se deja retratar junto a una de las imágenes más icónicas de la fotografía latinoamericana contemporánea: "Nuestra señora de las iguanas". Su autora, Graciela Iturbide (1942), tomó esa foto -que uno no sabe muy bien si adscribir al surrealismo o ver como un extraño documento antropológico- en Juchitán, en el estado mexicano de Oaxaca, en 1979. Y es una de las 180 fotografías que se exponen desde ayer en Gijón, en el Centro Antiguo Instituto. Un extenso e intenso repaso a cuatro décadas de una obra que ha merecido, entre otros sobresalientes premios internacionales, el "Hasselblad", el más cotizado de la disciplina.

"Para mí, lo más importante y lo que me sigue gustando a la hora de hacer una fotografía es la sorpresa", aseguró ayer poco antes de inaugurar la muestra, una de las más esperadas de las programadas este año en Asturias. Una exposición que ha sido posible por la colaboración que mantienen desde hace años la Fundación Mapfre y la Fundación Municipal de Cultural de Gijón.

"Rara vez hago un guión; fotografío lo que me sorprende y el día que no sea así, lo dejo", explicó la artista. Algunas de sus series, como la que ha dedicado a los indios seris del desierto de Sonora; la de "Juchitán de las mujeres" (le llevó siete años de su vida); por no hablar de "En el nombre del padre", de las imágenes de los rituales mexicanos de fiesta y muerte o de "El baño de Frida", la convierten en una de las maestras de la fotografía contemporánea. La han comparado con Brassaï o con Chister Strömholm. Como ellos, ofrece lo medular de las imágenes y obvia lo retórico, lo accesorio, lo que es mera anécdota.

Esta fotógrafa sustancial, cuyas instantáneas son como poemas de una rara mística o jirones de lo cotidiano que se santifican por su mirada atenta, nació en Ciudad de México en 1942. Aunque ha tomado fotos en medio mundo (de España a la India, pasando por Italia o Estados Unidos), son el paisanaje y el paisaje de su inmenso país los que dieron inicialmente a sus imágenes una consistencia temática y una coherencia estilística que esta exposición gijonesa certifica.

Fotografía analógica

La artista, que descubrió a finales de los pasados años sesenta su interés por la fotografía en el Centro de Estudios Cinematográficos de México, de la mano de otro maestro como Manuel Álvarez Bravo (ayer lo recordó elogiosamente), se ha mantenido siempre fiel al blanco y negro, a los grises: "Sigo, por supuesto, con la fotografía analógica; me encanta el ritual del revelado, los contactos, mis rollos de doce o de treinta y cinco si utilizó la Leica".

A Graciela Iturbide se la veía ayer feliz con esta muestra. Como recordó Carlos Gollonet, conservador y jefe de Fotografía de la Fundación Mapfre, el "recorrido" por esta exposición gijonesa permite hacerse una cabal idea de la potencia expresiva de una autora que "no para de trabajar". Merece una parada, por ejemplo, el grupo de autorretratos de la artista, que van desde 1979, cuando trabajaba con el pueblo seri, al año 2006, en el que firma otro con serpientes.

En ese mismo año tuvo la oportunidad de fotografiar el baño que usaba Frida Kahlo, clausurado por su marido Diego Rivera a la muerte de la dañada artista. Las imágenes, como ocurre con la mayoría de las obras de Graciela Iturbibe, son perturbadoras. También la desasosegante serie "Cementerio de Dolores Hidalgo", tomada en Guanajuato, en 1978. Doce momentos que conmueven y arañan la retina: el entierro de un niño y el vuelo de los buitres. Hay tanto en esta exposición. Otra foto maestra: "Perros perdidos", tomada por su autora en Rajastán (India), en 1998.

"La experiencia con Manuel Álvarez Bravo fue muy importante, porque también él amaba el arte popular", indicó. Graciela Iturbide tuvo que cortar aquel "cordón umbilical" para buscar su propio camino. ¿Qué se ha mantenido permanente en su mirada a lo largo de estas cuatro décadas largas? "Necesito la complicidad de la gente: jamás he utilizado el telefoto o el flash; me acercó con mi cámara cuando sé que me aceptan, y así fue como fotografié, por ejemplo, a los indios". Plantas, el sacrificio de unas cabras, paisajes de aquí y de allá, el dolor de Frida Kalho... Los variados registros de una visión singular y ecuménica a la vez. Dice la artista: "La cámara, de alguna manera, te protege".