J. L. ARGÜELLES

Se ha dicho, sin hipérbole en la comparación, que sus retratos tienen igual fuerza expresiva, la misma contudencia que los de maestros tan notables como Rembrandt o Goya. Y es que Pierre Gonnord (Cholet, 1963) revela también con esas imágenes captadas con su cámara analógica Hasselblad una verdad que, como sucede con los grandes artistas, trasciende -aun cuando las incorpore- las lecturas sociológicas o psicológicas. Por eso sus elocuentes trabajos, respetuosos siempre con el personaje y una biografía cosida generalmente por las cicatrices de la vida, han hecho de él uno de los grandes retratistas contemporáneos.

El fotógrafo, que reside en Madrid desde 1988, y tiene obra en el Reina Sofía o en el Centre Pompidou, expone por primera vez en Asturias. Y eso que hace cuatro años viajó hasta el Principado para fotografíar a algunos de sus mineros, los últimos trabajadores del carbón, protagonistas de una serie que comparten con otros obreros de la tierra y del mar expuesta en Madrid, en 2009, con gran éxito. La muestra, que se inaugura hoy en la sala ATM Contemporary, en Deva, ha sido posible por el acuerdo entre la instalación gijonesa que regenta Diego Suárez y la galería Juana de Aizpuru.

Gonnord, que este año ha comprometido su participación en algunas de las ferias de arte más importantes del mundo, de Londres a París y de Basilea a Miami, regresa a Asturias con esos grandes retratos mineros y, también, con varios paisajes dominados por el fuego devorador. Esta exposición de ATM Contemporary es, pues, una excelente ocasión para comprobar la versatilidad del talento del fotógrafo francés, que desborda sus notables cualidades como retratista.

Ha contado, en alguna ocasión, el proceso que sigue para sus creaciones, hasta conseguir esas imágenes en las que las arrugas y la piel manchada por la hulla, las miradas a cámara, nos transfieren el relato de una dignidad incólume; la vida, claro, está detras de todo eso, con sus luces y sus sombras. Relata Gonnord, que ha citado a Dostoievski y a Borges para referirse a lo que quiere devólvernos con ru mirada, que sus fotografiados son siempre un subrayado único extraído desde el respeto de la larga contemplación. No han faltado críticos, sin embargo, que ven en esta obra un único retrato, el del ser doliente que, en el fondo, somos todos.

Gonnord comenzó a hacer estas fotografías después de superar el crítico silencio en el que se vio sumido, en 1996, por la muerte de su hermano. Se interesó por los mundos marginales de los yakuzas y de los gitanos sevillanos de las «Tres mil», hasta que decidió apartar su foco de las vidas urbanas y viajar hasta las periferias de un mundo laboral que agoniza: pozos mineros y marineros en la red. De ahí aquellos días asturianos y este puñado de imágenes que ahora vuelven a los valles en que fueron tomadas.

Todas esas fotos fueron expuestas bajo el título «Terre de personne», «tierra de nadie». Pero «personne» puede traducirse también por «persona». La amplitud semántica de la expresión define bien la propuesta artística de Gonnord, para quien el individuo parece ser siempre en su singularidad una metáfora de la colectividad. Hay quien interpreta las fotografías del franvés como un alegato, una denuncia; y hay quien ve en ellas toda una metafísica de la gravedad del ser.