Utiliza una fórmula muy socorrida en el cine de terror, cuyo último ejemplo previo sería Las ruinas de Carter Smith que vimos en 2008, llevando las cosas hasta niveles realmente exagerados, logrando con ello, en efecto, sembrar la semilla del miedo y asustar a los espectadores ávidos de estos relatos.

No es, por supuesto, nada relevante en el marco del terror y se apoya a menudo en el tópico, si bien compensa esos factores con una loable utilización de los decorados y una tensión in crescendo que, pese a pasarse de rosca, logra en ocasiones su objetivo. Rodada en escenarios de Serbia y Hungría, se ha conseguido reproducir con efectividad y realismo el poblado fantasma de Pripyat, el lugar en el que vivían los familiares de los trabajadores de la central nuclear de Chernobyl y que sufrió de lleno los estragos radioactivos de la catástrofe nuclear más grave de la historia.

El artífice de la serie, caída ya en desgracia con su inminente cuarta entrega, Paranormal activity, Ori Peli, en su condición de productor y coguionista, ha puesto su sello y su particular sentido de la narrativa terrorífica a una historia que ha dirigido con cierto oficio, sobre todo teniendo en cuenta su condición de debutante, Brad Parker. De su mano, valiéndose de diversos efectismos, se hace realidad que el auditorio viva esporádicamente las sensaciones que experimentan seis turistas que en su afán por llevar al límite las cosas, pagan una excursión a la localidad de Pripyat, conscientes de que pocos pueden tener una suerte semejante.

Acompañados por un guía local, cometen el error de saltarse las prohibiciones que ese día impiden el paso de los visitantes al lugar, de modo que a medida que avanzan hacia unas viviendas desoladas y, aparentemente inhabitadas se introducen en la boca del lobo.