Su mejor apuesta es, sin duda, su factura visual y estética, que brilla a considerable altura, y aunque en el plano dramático las cosas no estén al mismo nivel y su exceso de metraje, más de dos horas, provoque algún altibajo y una pérdida de vitalidad, hay que reconocer que el espectáculo no se ve frustrado y es brillante en ocasiones.

Es más, podría considerarse más entonada que la versión que vimos el pasado mes de marzo, dirigida por Tarsem Singh y protagonizada por Julia Roberts. Un factor que hay que recalcar teniendo en cuenta que estamos ante el debut en la pantalla del director Rupert Sanders, un profesional muy cotizado en el mundo de la publicidad que denota virtudes innegables para la realización.

En su visión del célebre y tradicional cuento hay, desde luego, influencias de El señor de los anillos, sobre todo en su supeditación a la épica medieval, y bastantes menos de la propia concepción de la literatura infantil. Charlize Theron, por su aporta, aporta belleza y maldad apreciables al personaje de la malvada Reina Ravenna, mientras que Kristen Stewart es una Blancanieves menos inocente y más aguerrida que de costumbre.

En realidad lo que queda del cuento apenas es la obsesión de la Reina por seguir siendo la mujer más bella, algo que suele consultar con el mago de su espejo mágico, y su afán por acabar con la osada que le quita ese título cuando cumple 18 años, una Blancanieves que se pudría en sus mazmorras después de derrocar del trono a su padre. Están, por supuesto, los siete enanitos, incorporados por cierto por prestigiosos actores británicos de estatura normal reducidos por efectos especiales, pero lejos de ser esos seres encantadores y entrañables, son huraños, destilan mal humor y solo se redimirán en la batalla final.