No hay dos sin tres y todo apunta, por su rentabilidad en taquilla en Estados Unidos, a que también veremos la cuarta entrega de esta serie infantil no demasiado agraciada pero tampoco estúpida, centrada en las peripecias vitales de Greg, un preadolescente nada convencional que, curiosamente, se concibió en sus orígenes para los adultos, como recuerdo de los poco estimulantes días escolares. Adaptación a la pantalla de la novela gráfica de Jeff Kinney, que vio la luz en ese formato en 2007, ha sido tal el fenómeno que ha provocado que el texto tiene versiones en 33 idiomas y ha superado en las librerías los setenta millones de ejemplares vendidos. Esta tercera entrega, que sucede a la primera de 2010 y a la segunda de 2011, mantiene al mismo director de la anterior, David Bowers, y también a los actores, la mayor parte de los cuales son los propios familiares del protagonista, incluido el cruel hermano Rodrick, y su círculos de amigos. El caso es que lo que contempla el espectador aquí viene a ser una variante menos entretenida y con altibajos más pronunciados de las películas precedentes.

Si la primera mostraba su vida cotidiana en una escuela transformada en un campo de minas social, en la que Greg trataba de abrirse paso, y en la segunda hacía hincapié en la estrategia de Rodrick para someterlo a sus caprichos, en esta tercera nos convertimos en supervisores de sus vacaciones de verano. Como es obligado, las cosas no saldrán como él desea, fruto de la obsesión de su padre de estrechar sus lazos con él. De ahí que fracase en su intento de trabajar en un club social y tampoco brille a mucha altura en su experiencia en un camping. Con ello sus deseos de poder conquistar a la chica de sus sueños se complican gravemente.