Es probable que podría haberse llegado más lejos en la definición psicológica del protagonista y en la recreación de algunos de los personajes que rodean al protagonista, especialmente para sacar a la luz en toda su dimensión la supuesta vinculación de la CIA en la actividad desplegada por Bobby Fischer, pero aun así ésta es una película de considerable vigor y vitalidad que arroja detalles más que elocuentes sobre uno de los casos más llamativos y famosos de la guerra fría: el enfrentamiento entre el norteamericano Bobby Fischer y el ruso Boris Spassky por el campeonato del mundo de ajedrez en el verano de 1972.

El director Edward Zwick, autor entre otros títulos de Tiempos de gloria, Leyendas de pasión, El último samurái y Diamantes de sangre, ha dejado por una vez el relato de corte espectacular y a menudo histórico para meterse en los vericuetos íntimos de un individuo con serios problemas psicológicos y en las repercusiones que generó en el universo político. En una labor más que correcta, Zwick ha escogido aspectos fundamentales de la infancia del ajedrecista de Brooklyn, sobre todo los que evidenciaban las malas relaciones con su madre y el peso de la ausencia de padre, así como las manías y obsesiones que ponía de manifiesto al jugar al ajedrez, algo que se multiplicó hasta el infinito cuanto tuvo enfrente al campeón mundial Boris Spassky.

El actor Tobey Maguire incorpora con acierto a Fischer, un guión que le interesó tanto que optó por involucrarse en la producción, en tanto que Liev Schreiber asume con mayor convicción el papel de Boris Spassky. Con unos planos iniciales de Fischer llegando a Reikiavick, la película retrocede en el tiempo para aportar los datos necesarios para entender tanto su propia personalidad como la relevancia que un suceso como éste tenía en el plano mundial fruto de la lucha por el poder entre Estados Unidos y la Unión Soviética.