Le faltan detalles y un mayor vigor narrativo en algunos momentos y, sobre todo, un análisis más transparente de la hermética y compleja sociedad soviética de los años 50, la dura etapa stalinista, pero, a pesar de ello, sería injusto desechar la cinta por esas carencias y no valorar como se merece un producto que más que una denuncia de la corrupción y de la lucha por el poder en un entorno tan oscurantista es un thriller con secuencias impecables.

Está dirigida por Daniel Espinosa, un cineasta sueco, hijo de padre chileno y madre sueca, que logró en 2010 renombre internacional con su tercer largometraje. Tanto es así que Ridley Scott, el primer elegido para dirigir la cinta, renunció a ello consciente de que dejaba el asunto en las mejores manos. Sin perder de vista, por supuesto, el gran soporte literario del proyecto, el primer capítulo, editado en 2008, del novelista Tom Rob Smith de su laureada trilogía.

Con cuestiones que tienen un enorme peso específico en las imágenes, como el poder, el amor, la traición y el asesinato y una innegable inspiración en los crímenes del asesino en serie Andréi Chikatilo, conocido como «el Carnicero de Rostov», la película nos ubica con considerable precisión en la URSS de 1953, un país que alardeaba de haber acabado con el crimen como instrumento de lucha de la clase capitalista y que se autoproclamaba como «paraíso».

El protagonismo recae sobre Leo Demidov, el «Niño 44», un huérfano y a la postre héroe de guerra que ha ido ascendiendo entre las filas del MGB, el aparato de seguridad nacional del estado, hasta alcanzar puestos de gran responsabilidad. Su situación se verá afectada tras capturar, con la ayuda de un sádico compañero al sospechoso de espionaje Anatoly Tarasovich Brodsky, el «traidor», que identifica a la propia mujer de Leo como involucrada en la conspiración. Una circunstancia que le obliga a investigarla y que pesará mucho sobre él cuando asume el asunto del cadáver de un niño cosido a puñaladas hallado junto a las vías del tren.