Es un relato sugerente y delicioso sobre la experiencia vital de un niño que ha perdido a su madre y en pleno proceso de hundimiento se traslada a un mundo paralelo, el de la fantasía en el que cae en manos de una bestia, Kumatetsu, que lo adopta, pese a estar expresamente prohibido, para convertirlo en su aprendiz.

Es el comienzo de una relación más que tensa, marcada por el enfrentamiento mutuo, que va adquiriendo, sin embargo, con el paso del tiempo aspectos humanos. Una demostración palmaria de que el cine de animación tradicional se ha convertido desde hace unos años, fruto del abrazo que Hollywood ha dado a las nuevas tecnologías digitales, en patrimonio casi exclusivo de Japón.

La suerte es que ha asumido ese cometido con notables dosis de creatividad y de poesía, configurando una serie de títulos más que relevantes que, además, no están específicamente reservados a los niños sino que buscan la complicidad de todo tipo de espectadores. Dirigida por un Mamoru Hasoda, responsable también del guión, que ha obtenido numerosas recompensas internacionales, consecuencia de que sus largometrajes -entre ellos, La chica que saltaba a través del tiempo (2006), Guerras de verano (2009) y Niños lobo (2012)- han recibido los parabienes tanto de los espectadores menudos como de los adultos, la sencillez de sus dibujos no le resta capacidad poética.

Es así como se va entrando en este universo fantástico en el que se mueven a sus anchas las bestias, sobre todo Kumatetsu, que disfruta avasallando a su nuevo ayudante y que denota una crueldad un tanto artificial en su forma de comportarse. La última parte, la más madura, acontece ya con el niño, que ahora se llama Kyuta, convertido en casi un hombre que ha encontrado, incluso, a Kaede, la chica que ha animado su corazón.

Son instantes, por otra parte, decisivos para este universo que asiste a una lucha por el poder en la que la bestia tiene mucho que decir de cara a un futuro que abre numerosas expectativas