Su decorado único es, en efecto y como anticipa el título, el mundo del fútbol, pero esta comedia con toques amargos es bastante más que una película sobre el deporte rey. Es más, su agudo sentido del humor y los espléndidos diálogos, arropados por dos excelentes protagonistas, el español Fernando Tejero y el argentino Diego Peretti, nos meten de lleno en una historia sobre perdedores, sobre esas personas que tratan de demostrar todo aquello que no son, moviéndose en la mediocridad cuando se hacen pasar por poderosos e influyentes.

Todo ello comporta un producto a menudo brillante y divertido que muestra las diferencias que separan a españoles y argentinos, pero también los puntos en común, a la hora de negociar y de intentar sacar cada uno la mayor tajada. Extrayendo un partido notable de las diferencias en el idioma a la hora de emplear términos específicos en un español con diversas peculiaridades.

El director David Marqués, autor de dos títulos interesantes, Aislados yDesechos, cotiza al alza tanto en el plano narrativo como de cara a la taquilla. Lo más destacado, con mucho, es que detrás de la sonrisa del espectador se oculta un toque de amargura y de lástima. El personaje de Javi es elocuente al respecto, ya que presume de ser íntimo de Mouriño y de negociar fichajes con el Real Madrid cuando, en realidad, nunca ha sobrepasado los niveles de la tercera división.

Eso sí, sueña con ese pelotazo milagroso, la posibilidad de encontrar un nuevo Messi, que le puede hacer millonario. Y esa circunstancia puede hacerse realidad, de forma sin duda ilusoria, en la figura de un joven argentino de 18 años que promete ser todo un crack. Javi presume de tener sus derechos, pero la realidad es que debe compartirlos con Diego, un entrenador argentino que ha delegado, víctima de un nuevo infarto, en su sobrino médico para que lo represente en España.

Así se configura la historia de unos pobres de espíritu que viven de la mentira, de la apariencia y de la picaresca. Ese es el verdadero valor de unos fotogramas que ahondan, asimismo, en sus taras personales e intimas, fruto de que con sus falsedades y su renuncia inevitable a la familia no hacen más que profundizar su fracaso.