No es una biografía al uso de un personaje tan controvertido y polémico como el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, y de hecho su planteamiento admite serios reparos, aunque no puede negarse que arroja algo de luz sobre el mismo con secuencias de una violencia y de un impacto considerable.

El director italiano Andrea Di Stefano, que debuta en la realización tras casi veinte años entregados a la interpretación, ofrece un presunto retrato que sin ser demasiado riguroso y valerse de elevadas dosis de ficción consigue, al menos, unos niveles de credibilidad aceptables. Eso sí, en buena parte debidos a un Benicio del Toro que efectúa una labor encomiable al meterse de lleno en la piel del personaje. Esta, por cierto, es una de esas películas que hay que ver en V.O., algo por fortuna factible en la cartelera alicantina, no sólo porque se aprecia el acento colombiano del gran actor de Puerto Rico sino porque se mezclan constantemente español e inglés en los diálogos.

Auténtico mitómano de personajes clave en el mundo de la delincuencia, Andrea Di Stefano había acumulado tan ingente material sobre Escobar, uno de sus preferidos en esa galería, que su gran problema era encauzar el mismo sin renunciar a detalles esenciales y sin prescindir de la coherencia necesaria. Por eso ha optado por valerse de un segundo personaje, el joven canadiense Nick, que adquiere incluso la condición de protagonista.

A través de este surfista que ha encontrado con su hermano y su cuñado en las playas de Colombia el paraíso perdido, entramos en el universo peculiar y privilegiado de Escobar cuando se enamora de María, la sobrina del narcotraficante. Desde el momento en que los dos hombres se conocen se abre paso a una amistad que en principio parece sólida, por la aparente generosidad y familiaridad del delincuente más buscado de su país, pero que a la postre se va enrareciendo hasta llevar a una situación límite.