Acción ininterrumpida, saturación de efectos visuales y, por encima de todo, reiteración y dosis de aburrimiento. Como en la inmensa mayoría de los casos en que se ha adaptado al cine un videojuego, verdadera fuente de películas mediocres, la irrupción en la pantalla de Hitman no ha sido precisamente brillante o amena. No sólo se insiste en un marco totalmente esquilmado, sino que se pierde el rumbo a la hora de seguir los pasos de un personaje, una verdadera máquina de matar, que podría haber dado algo más de sí. Todo indica que la responsabilidad de este fracaso hay que repartirlo entre los dos guionistas y, de forma singular, en el director, el polaco afincado en Alemania Aleksander Bach, que debuta en la pantalla grande con escasa fortuna y con experiencia, especialmente, en el video publicitario. Es cierto que con un relato que suena a trillado y que carece de bases coherentes era complicado hacer algo más que un subproducto de acción. Hubiera sido necesario, en cualquier caso, un director más creativo y solvente. Y eso era una utopía. Se introduce una vez más en el universo de los asesinos de élite manipulados genéticamente con el fin de hacer de ellos verdaderas máquinas de matar. En esas coordenadas se mueve el Agente 47, que es infalible, casi inmortal y con una capacidad de resistencia infinita. Su problema, que justifica los enfrentamientos, los disparos y las persecuciones, brota cuando descubre que una megacorporación tiene en sus planes crear un ejército de asesinos como él pero más sofisticados y mejo- res prestaciones. Algo con lo que no puede convivir y que le lleva a tratar de impedirlo. No hay nada que escape a una concepción trivial y rutinaria de un argumento harto socorrido. Es verdad que los efectos visuales de la factoría de George Lucas son más que correctos, pero hacían falta más estímulos para que una película como ésta obtuviera licencia para entretener.