Hay que atribuirle los méritos que se merece, que son esencialmente dos, su adscripción a un género, el western, en clarísima recesión en las pantallas, hasta el punto que apenas se estrenan películas del género, y la espléndida factura que demuestra en todos los órdenes, demostrando que el director Gavin O'Connor es un cineasta a tener presente que conocíamos en España por títulos como Tumbleweeds, El milagro y Cuestión de honor.

Con estos avales se abre paso una cinta que conecta directamente con la dimensión clásica de la especialidad y que alberga momentos realmente brillantes. Además, sería injusto omitir la magnífica interpretación de una Natalia Portman, ganadora del Óscar por su interpretación en Cisne negro, que crea un personaje arrollador y que se involucró en la producción, acompañada por nombres de peso como Joel Edgerton y Evan McGregor.

Definida por sus autores como una historia épica y romántica, transcurre en el Oeste de la segunda mitad del siglo XIX y coloca en el foco de la atención a una mujer, Jane, que vive una situación desesperada. De hecho acaba de llegar a su rancho arrastrando casi a su marido, Bill Hammond, que ha recibido varios balazos en el cuerpo y está al borde de la muerte. Los responsables no son otros que el delincuente John Bishop y su banda de forajidos.

Ante un trance semejante, Jane decide recurrir a un ex amante al que no ha visto desde hace años, Dan Frost, que es padre sin saberlo de la niña que ella dio a luz una vez separados y con el que vivió un apasionado romance. Son, como puede apreciarse, resortes específicos del western pero con sello propio y con un factor de peso, que el protagonismo recaiga sobre una mujer en un marco tan machista. Jane, desde luego, tiene sobradas cualidades para defenderse a sí misma y del enemigo en un entorno tan hostil y peligroso.