Un viaje privilegiado al interior de un mundo cerrado y casi totalmente desconocido, exceptuando a sus miembros, el de la comunidad judía ortodoxa de Israel, también llamada Hasídica, contado por una cineasta que pertenece a la misma y que conoce a fondo todos sus entresijos, especialmente los humanos y religiosos.

Es, por ello, un producto insólito y a tener muy en cuenta que describe, con una cierta premiosidad que acaba aceptándose y valorándose, un entorno sociológico realmente llamativo y totalmente aislado. Es la obra de una cineasta, Rama Burshtein, nacida en Nueva York pero crecida en Tel Aviv, que forma parte de este universo y que ha pretendido recrear desde dentro y con total fidelidad a sus principios una realidad celosamente guardada y protegida.

Acaparadora de los premios del cine israelí, nada menos que siete incluidos los de mejor película, dirección, guión y actriz principal y de reparto, también se hizo en Venecia con el galardón a la mejor interpretación femenina y el premio Signis.

Burshtein ha atravesado todas las puertas blindadas que impiden que un ámbito como éste, encerrado en sí mismo, rebase los estrechos límites de su propia existencia. Lo hace acercándose a personajes plenamente representativos en momentos y circunstancias específicas que conducen a la boda de uno de sus miembros con la hermana menor de su esposa, que ha muerto al dar a luz.

El personaje esencial es Shira, una joven de 18 años que prepara, con la bendición del rabino y de toda su familia, su enlace con un joven de su edad y de la misma comunidad pero que va a ver cómo todo ese futuro se frustra cuando su hermana mayor Esther muere y su cuñado viudo Yochay la elige a ella para que sea la madre de su hijo recién nacido. No hay ni un solo plano ajeno a este escenario casi claustrofóbico y ultraortodoxo en el que el físico de las personas, con túnicas, típicos sombreros y luengas barbas, constituye un signo.