Quien admire el talento de Seth MacFarlane, cuya mayor aportación a la comedia es la autoría de la serie de dibujos Padre de familia, tal vez saldrá satisfecho de esta película que el cómico se ha cortado a medida como un traje de narciso, un producto que se desarrolla primero como hilván de gags gratuitos (el humor gratis siempre es bueno), hasta que se conforma como comedia amorosa poco fundada, toda ella sostén de un humor híbrido tomado de aquí y de allá, sin ideas nuevas ni arrojo, demasiado bien medido para no alejarse en ningún momento (por mucho que el público norteamericano lo aclame como políticamente incorrecto) del perímetro de lo convencional.

Funciona en los sopetones de violencia, resulta forzado en las codas de cepa absurda (que MacFarlane toma de los maestros, pero no acaba de asimilar), y quizá da el do de pecho en fonéticas e inflexiones, en el juego de acentos y entonaciones que jamás podrá apreciarse en las versiones dobladas.

Tras el éxito de Ted, que escribió, dirigió y produjo, Mil maneras de morder el polvo se pretende la definitiva puesta de largo (demasiado larga) de un cómico de probable talento, pero de quien hasta ahora este crítico no ha sabido valorar su humorismo a retazos.

En adelante, coartado por el insulso aspecto físico que acredita en su primer papel protagonista, va a resultar todavía más difícil.