Dura, terrible y de un pesimismo atroz, solo compensado en parte por una tenue luz que mitiga la tremenda oscuridad, esta es una película impactante que deja una profunda huella en el espectador. Un verdadero regalo, aunque no sea plato del mejor gusto, para el auditorio que constituye el sorprendente y soberbio debut en la dirección, a partir de un guión propio, del actor británico Paddy Considine.

La impresión que deja la cinta es tal que no sorprende su catálogo de premios, especialmente relevantes los de Sundance (los del Jurado al mejor director ya los mejores actores, Peter Mullan y Olivia Colman) y los del cine británico (mejor película independiente, director debutante y actriz).

Por eso, aunque su estreno haya sido muy restringido en España, esta es una de esas películas a perseguir y a no dejar pasar de largo por el aficionado. Desde los primeros fotogramas se impone una evidencia desoladora. Nos muestran a Joseph, un viudo entregado al alcohol y dominado por la ira, reflejando su estado permanente de frustración y su adicción a una violencia que le lleva, incluso, a matar a su propio perro sin motivo alguno.

Se pasea de bar en bar consumiendo cerveza y tratando de dar salida a una rabia contenida que estalla sin causa aparente. Es el ejemplo vivo del fracaso de sí mismo y de la sociedad que le acoge. La única persona que reclama su atención y que le lleva a salir de su funesta rutina es Hannah, una mujer casada y profundamente religiosa que regenta un establecimiento de recogida de ropa de caridad.

Lo más insólito para él es que le ha sonreído, aunque él detecta de inmediato en ella que oculta una realidad realmente trágica.

Aunque el título español aporta una consideración que es totalmente ajena a la cinta, que en el original se denomina Tiranosauro, en alusión a la esposa muerta de él, que anunciaba su llegada como si fuera un dinosaurio, a partir del momento en que los dos protagonistas cruzan sus destinos se opera un cambio profundo en ambos.