Es un salto cualitativo considerable de una directora, la catalana Mar Targarona, que debutó en la realización en 1996 con ´Muere mi vida´ y que ha regresado ahora al cine, tras una larga temporada en la pequeña pantalla, con un thriller que sin ser demasiado brillante sí aporta cosas a tener presente. El elaborado guion de Oriol Paulo le aporta las herramientas necesarias para atraerse la atención del espectador y sumergirle a menudo en un escenario angustioso que el auditorio contempla desde la perspectiva, sobre todo, de una abogada, Patricia, que va a vivir una aventura peligrosa y propia de una pesadilla. Lo peor, con mucho, es que en ella está involucrado su hijo Víctor, un joven con problemas de sordera y que, después de una misteriosa desaparición, es encontrado con signos de violencia.

Con el apoyo eficaz de un buen reparto, en el que destacan Blanca Portillo, Antonio Dechent y el adolescente Marc Doménech, que incorporan respectivamente a Patricia, el inspector Ernesto y Víctor, la directora ha logrado consolidar buena parte de sus propuestas narrativas, a pesar de que al final, en su afán de aportar mayores dosis de suspense y de intriga, complica en exceso un relato que no desprende la necesaria convicción. Y es que meter en un mismo saco cuestiones éticas, acoso escolar, secuestro y, entre otras cosas, tomarse la justicia por su mano, es complicado de plantear y de resolver. Targarona no ha fracasado en ese intento, si bien no ha depurado aspectos que impiden que la coherencia sea el elemento decisivo de la trama. Lo que empieza como un secuestro va modificando sus esquemas a medida que la policía descubre que las apariencias engañan y que Patricia esconde un pasado que no es precisamente ejemplar. Es entonces cuando el deterioro del guion se deja sentir, si bien no llega a perder todos los resortes de una intriga que, pese a sus carencias, impide en parte que el tinglado se venga abajo.