Es un paso adelante respecto a la anterior entrega, la que dirigió Alan Taylor en 2013, 'Thor: El mundo ocullto' y está casi al aceptable nivel de la primera, realizada por Kenneth Branagh en 2011, por lo que no se corre el riesgo de un batacazo en la taquilla y se asegura que la saga siga adelante. El superhéroe Thor, en suma, otra creación ilustre de la editorial Marvel, regalará dos horas de evasión a los incondicionales del mítico guerrero nórdico con unas dosis de efectos visuales realmente intensas.

La mejor oferta de 'Thor: Ragnarok' es que eleva las dosis de humor de las cintas previas evitando que se prodiguen los tiempos muertos. Eso y las dos ilustres incorporaciones, la siempre brillante Cate Blanchett, que interpreta a la siniestra pero bella Hela, la diosa de la muerte y hermana de Thor, y Mark Ruffalo, que eleva el estruendo de forma palpable asumiendo al mítico gigantón Hulk. Sin dejar de lado que el nuevo y estimable director en la nómina, el nativo neozelandés Taika Waikiki, que en calidad de actor encarna a Korg, se ha enriquecido un tanto la aventura.

El comienzo nos muestra a un Thor, que sigue interpretado por Chris Hemsworth, encarcelado y en una situación límite. El hijo del dios Odín ha caído en manos de unos gladiadores que van a enfrentarlo con el todopoderoso Hulk antes de que haga realidad su deseo ferviente de salvar a su pueblo, Assgard, evitando el Ragnarok, algo parecido a un apocalipsis, que se les viene encima.

Es una misión muy peligrosa y contrarreloj que puede conllevar la destrucción del planeta y de la legendaria civilización asgardiana, en la que ha de hacer frente a la lucha sin reglas de Hela y sin contar con su arma preferida, un martillo que ha perdido. Todo ello en el decorado futurista de un mundo en el que se veneran las raíces del ser humano. El factor de menor entidad vuelve a ser la inevitable tendencia a la acumulación de los efectos especiales, que son espectaculares en bastantes casos pero que agotan con la reiteración.