La maldición de Blade Runner persigue a Ridley Scott. Cada vez que estrena una película llueven las comparaciones con su obra mítica. Y, claro, como Scott ha heredado el espíritu laborioso de los clásicos de Hollywood, que empalmaban título tras título de lo más variopinto, el cortejo fúnebre de decepciones no le abandona nunca. Scott ha hecho películas muy buenas, buenas, regulares y flojas (ninguna espantosa, cuidado, aunque haya cierta comedia que... mejor olvidarlo), pero es improbable que vuelvan a darse las circunstancias apropiadas (y casuales) para que redondee otro título clásico.

El Ridley Scott que hizo Alien hace tres décadas era un director curtido en las imágenes lustrosas de la publicidad, con un título preciosista muy prometedor (Los duelistas) y con ganas de hacerse un hueco en el cine comercial sin renunciar a un toque artístico amparado en la reunión de talentos que se movieran bajo su eficaz batuta. Que Blade Runner fuera un fracaso comercial pero se instalara en las vitrinas del cine de culto le puso a Scott una pegatina de autor que el tiempo (con varios fracasos monumentales que le marcaron a fuego, y éxitos que le dieron las claves para seguir rodando sin parar) se ha encargado de borrar hasta encajar al director en su justa medida: un artesano ecléctico sin estilo definido que tan pronto se pone muy efectista y modernillo en Black Hawk derribado o Gladiator como adopta la austeridad como vía narrativa en American gangster, El reino de los cielos o Red de mentiras, tres notables cintas de géneros muy distintos que mostraban el pleno dominio de Scott de la mecánica narrativa (olvidemos el fiasco de Robin Hood, que parecía deshecha por cualquier chiquilicuatre de Hollywood).

Prometheus se vendió como el origen de Alien pero por cuestiones de marketing más que otra cosa. Scott se escapó de las secuelas castrenses y de la bazofia que enfrentó a su criatura con Predator y optó por cambiar de género radicalmente: de terror con ciencia ficción a ciencia ficción con (algo de) terror. El resultado, comparado con la madre nodriza, tiene todas las de perder, pero si se olvidan sus memorables raíces se puede disfrutar (con brotes ocasionales de aburrimiento) de una película rodada con inteligencia y brillantez, que rinde homenaje al cine de serie B de los años 50 y 60 con algunas miradas de soslayo al 2001 de Kubrick, y que está muy por encima de la mayor parte de lo que llega de Hollywood últimamente. Su tensión e intensidad está a años luz del primer Alien, pero tiene un puñado de momentos (como cierta escena en un quirófano robotizado) que ponen los pelos como escarpias. Por desgracia, Scott y sus guionistas le dan demasiada importancia al aspecto trascendental (origen de la vida, dioses vengativos, robots que sueñan quizá con... ¿ovejas eléctricas?) de resultados pueriles, los personajes tienen escaso interés (salvo ese Fassbender que parece primo hermano del Jude Law de Inteligencia Artificial) y gente tan capaz como Theron e Idris Elba están completamente desaprovechados.

Ahora parece que Scott, captado el mensaje de los aficionados, vuelve a sus orígenes. Hay quien ve en esta nueva entrega una especie de "Viernes 13" en el espacio. Veremos. Y esperemos que los escalofríos no sean por el aire acondicionado.