Con 33 años y más de 50 personajes a sus jóvenes espaldas, Daniel Brühl está cumpliendo su objetivo: trabajar en cualquier lugar del mundo. Estos días, se ajusta el mono de estrella de la fórmula 1, para encarnar a Niki Lauda en la biográfica Rush, a las órdenes de un director cien por cien hollywoodiense, Ron Howard. Mientras, llega a las salas su nueva y divertida incursión en el cine español, tras el éxito que le supuso ser candidato al Goya por la incomprendida Eva, este mismo año. En The Pelayos, que se basa en una historia real, es el líder de una banda de revientacasinos formada por los peculiares miembros de una familia.

“Tengo los ánimos por las nubes, la verdad. Por las dos cosas. Trabajar en una superproducción estadounidense, con el director de Una mente maravillosa, el tipo más tranquilo y humilde con el que he rodado, es fantástico, pero aun así me siento profundamente europeo. Me gusta tener un pie en cada lugar, pero en el momento en que estoy dos semanas en Los Ángeles, con ese estilo de vida tan de allí, empiezo a echar de menos Europa y me pongo triste. Tal vez podría acostumbrarme a Nueva York, pero prefiero seguir aquí y trasladarme a Hollywood cuando haga falta”.

Brühl nació en Barcelona, en Arenys de Munt, y pasó muchos veranos en Tarragona, con su familia por parte de madre. Su padre fue el director alemán Hanno Brühl, ya fallecido, “pero con quien llegué a trabajar, afortunadamente”. La familia se instaló en Colonia y después en Berlín, donde el actor reside una parte del año. “La otra, en un piso que he conseguido tener en Gràcia, en Barcelona. La idea es pasar aquí los inviernos y allí los veranos. Lo intento, pero no siempre lo consigo”. Su pasión por la capital catalana se plasma en el libro que acaba de escribir sobre sus rincones y sus gentes.

“Me lo pidió una editorial alemana, y al principio lo hice para chulear por Berlín por aquello de que además de actor iba a ser escritor -bromea-, pero luego he descubierto lo difícil y a la vez lo apasionante que es. No es un texto pretencioso, mucho menos autobiográfico, porque yo no tengo entidad para eso, pero creo que ha quedado simpático, sencillo y ligero. Es como una guía, pero en la que vuelco mi cariño hacia esta ciudad”. Lo llevó a cabo mientras montaba un bar de tapas en Berlín que es todo un éxito. “Son cosas que hago porque me gustan y me mantienen activo en esos tiempos de espera entre película y película, que se me hacen eternos”.

Con ello acrecienta esa fama de muy trabajador que posee y que en su faceta como actor le mantiene viajando de un lugar a otro constantemente. “De todo eso, de lo que me está pasando a escala internacional, tiene la culpa Goodbye Lenin, que fue un enorme éxito en muchos países, incluida España. A veces me da que pensar que la gente me siga recordando por una película que hice hace diez años, pero por otro lado pienso que no habría mayor honor que poder enseñar a mis nietos algunas de las películas que he hecho, si es que no se han pasado de moda. Sería muy divertido verlas con ellos. Y sí, creo que entonces me sentiría muy orgulloso, la verdad”.

Intérprete de vocación temprana “que afloró con tanta rapidez por la profesión de mi padre”, no contó con el apoyo inicial de éste, “y esto es algo que comprendo perfectamente ahora que tengo la edad de ir pensando con tranquilidad en formar una familia. Yo creo que tendría una primera reacción parecida. Es una profesión arriesgada y, para muchos, rara todavía. Y hay que tener mucho tesón, amor propio y mucha vanidad, seguramente. Pero también suerte. Y conozco a grandes actores que no la han tenido y al final se han dedicado a otras cosas. Y lo peor es que todo cuanto te ocurre te lo tomas como algo personal”.

Reconoce el mal rato que pasa si hace un casting y no le cogen. “No puedo evitar deprimirme, aunque ya me ha explicado Ron Howard que en la mayoría de los casos no tiene que ver con el actor sino con encajar con el ideal que se ha hecho el director de determinado personaje”. En su caso, esto no parece que haya ocurrido muy a menudo. Comenzó su carrera siendo adolescente en la televisión germana e incluso antes de que llegara la comedia que le dio a conocer internacionalmente, ya había conseguido un Goya alemán por la comedia romántica Vaya con Dios.

Después llegarían Los edukadores, también producida en Alemania, la británica La última primavera o la francesa Feliz Navidad. También las superproducciones americanas Malditos bastardos y El ultimátum de Bourne. Y la española Salvador, que estuvo a punto de rechazar “porque pensé que debería hacerla un actor catalán que, a diferencia de mí, hubiese estado más en contacto con el día a día de Cataluña, aunque lo que creo en realidad es que me ahogaba la responsabilidad. Si no la hubiera hecho, me hubiera arrepentido mucho. Y me gané mi primera candidatura a los Goya”, comenta orgulloso. “Desde entonces no han dejado de llegarme historias interesantes procedentes de aquí. Y eso es algo que valoro muchísimo.

Me llama la atención que mucha gente en España no se dé cuenta de que es uno de los países europeos donde se hace un cine más imaginativo, original, y divertido”. Así considera su trabajo en The Pelayos. “Lo hemos pasado en grande interpretando a esta panda de freakies a los que no se les pone nada por delante. Mi personaje , que va de chulito, es estupendo; el equipo con el que he trabajado -en el reparto se dan cita entre otros Lluís Homar o Miguel Ángel Silvestre -, gente divertida y creativa, y encima estaba deseando hacer una película de casinos. Me gustan tanto, que cada vez que entro en uno tengo que andarme con ojo, porque podría embobarme y perder una fortuna. Si la tuviera…”.