Aquel filme se estrenó en España en marzo, después de que Kevin Kline se hubiera ganado su primera nominación al Globo de Oro, como mejor nueva estrella del año, aunque todos los ojos se fijaran en la Sophie del título, Meryl Streep, quien recibió el segundo premio Oscar de su ya asombrosa carrera.

Sin embargo, el hijo del dueño de una tienda de juguetes y discos, perteneciente a una adinerada familia judía de Saint Louis (Misuri), y de un ama de casa católica pronto demostró que lo suyo era extraordinario, y que era capaz de cambiar de género como de sombrero: "Yo había tenido la gran suerte de pasar cuatro años en una compañía fundada por John Houseman con exalumnos de la prestigiosa escuela de teatro Julliard", rememora Kline en una fría tarde de Los Ángeles. Aquel director, explica Kline, "odiaba la idea de que los actores que él había formado haciendo clásicos se fueran a hacer telenovelas.

Así que a los 72 años se decidió a montar su octava compañía de repertorio". Houseman había fundado con Orson Welles el teatro Mercury en los años 30. Kline recuerda cómo recorrió el país con él, representando cuatro o cinco obras por año. "Así forjó en mí el placer de no quedar encasillado. Unas veces me tocaba hacer de Varshinin en Tres hermanas, de Chéjov, otras me convertía en soldado en una tragedia jacobina, o era el bufón en una obra de Shakespeare, y con suerte, en alguna ocasión me tocaba hacer de Hamlet". Lo cierto es que cuando Kline se puso por primera vez frente a una cámara de cine, ya era un veterano del teatro que había ganado dos Tony, dos Drama Desk y un premio Obie.

Su amor por el teatro no se interrumpió nunca, ni siquiera en las épocas en las que saltaba de un plató al siguiente, pero a la vez, su apetito por el buen material lo llevó por un camino que no siempre hacía las delicias de su agente: "No necesariamente busco proyectos que sean maravillosos. Me basta con que sean interesantes, estimulantes o que me desafíen de alguna manera. Es esencial que tenga que trabajar con gente que me alegre ver todos los días. Y no me preocupa en lo más mínimo que la película tenga buenas perspectivas comerciales", afirma el actor, y enseguida vuelve a los recuerdos: "Mi primer agente, que se quedó conmigo 35 años, hasta que se retiró hace dos, solía traerme guiones y decirme que el proyecto iba a ser muy comercial, que mucha gente iba a ver la película. Yo le respondía que probablemente fuera así, pero que yo no iría a verla, porque me parecía estúpida. No todos los filmes que he hecho han sido brillantes, porque uno nunca sabe cómo van a salir las cosas, pero siempre es preferible apostar al material que parece bien escrito".

Hoy, a los 64 años, con un teatro bautizado con su nombre y una entrega anual de premios que también le recuerda, ambos en su ciudad natal, Kline parece mucho menos preocupado por mantener su estatus de gran estrella y suele decirle que sí a los proyectos menos pensados. Quien lleva 23 años casado con la actriz Phoebe Cates, 16 años menor que él, presta su voz a un personaje animado en una serie de televisión, Bob´s Burgers; ha hecho otro tanto en un videojuego y ha protagonizado un corto de la serie de internet creada por Will Ferrell Funny or Die. Y a lo largo de este año sólo se le verá en la gran pantalla en ¡Por fin solos!, su sexta colaboración con Lawrence Kasdan, y un compromiso inamovible teniendo en cuenta que el gran director no trabajaba desde hacía casi una década, cuando fracasó estrepitosamente con El cazador de sueños en el 2003: "Yo nunca voy a decir que no a Larry", afirma sin dudar, y elabora:

"Entiendo su sentido del humor, me interesan las mismas cosas que a él, tengo sus mismos gustos. Además, no escribe sobre héroes y villanos y en sus filmes no hay buenos y malos. Habla sobre gente real, con sus defectos y virtudes. Pero además, somos grandes amigos y todo el tiempo nos llamamos por teléfono. No siempre estamos de acuerdo, pero me encanta cómo dirige, porque él entiende el cine como una colaboración. Ha sido así desde nuestra primera película juntos".

En ¡Por fin solos!, Kline interpreta a un médico cirujano que lleva muchos años casado con el personaje que encarna Diane Keaton. Durante unas bucólicas vacaciones en la casa de campo que tienen en Colorado, estalla una pequeña crisis cuando a él se le escapa el perro mientras pasea por el bosque: "Es cierto, uno mira a esta gente y se pregunta por qué sufren tanto. Él es un médico exitoso, tienen una casa de campo. ¿De qué se quejan? Pero el bienestar económico no garantiza la felicidad. Conozco a multimillonarios que llevan una vida miserable. Si uno se fija en los reyes y las reinas en las obras de Shakespeare, suelen tener muchos problemas. No siempre es bueno ser el rey, y cada uno de los reyes de sus obras se sienta y dice que su vida es un infierno. No importa si estás hablando del rey o de un burgués de clase alta. Y no es que alguien tiene que hablar en nombre de ese uno por ciento que acumula toda la riqueza, pero ellos no son inmunes a las miles de conmociones naturales que experimenta la carne, tal como dice tan elocuentemente Hamlet en la segunda escena del tercer acto, y más precisamente en la línea veintiséis", concluye en una demostración práctica de una sabiduría enciclopédica.