Sobre el descubrimiento del placer sexual femenino y su impacto en el universo masculino versa la función que actualmente representa María Adánez sobre los escenarios. Un teatro que la ha visto crecer como actriz a las órdenes de incuestionables como Miguel Narros o Josep Maria Flotats. La popular pija de la serie Aquí no hay quien viva, ofrece mediante su personaje en La escuela de la desobediencia –una ingenua noble del siglo XVII–, material para la reflexión sobre un asunto al que hombres y mujeres se acercan históricamente de modos bien distintos.

"Hablar de sexo, aunque lo hagas de modo elegante, es arriesgarte a que haya gente que se marche antes de terminar la representación", afirma la actriz. Y lo más curioso, añade, es que son más mujeres que hombres quienes lo hacen. "Hay mucho tabú todavía con la sexualidad femenina, no exento de machismo. A un hombre que es activo sexualmente se le considera un picha brava o un machote. Una mujer que es activa sexualmente es una guarra, por utilizar uno de los cientos de adjetivos a cual más peyorativo que sirven para denominarla".

Para ella, todo esto es resultado de la diferente educación que han recibido unos y otras durante siglos. En su opinión, la mujer ha considerado lo sexual en muchos casos como algo sucio, "sólo soportable con el fin de tener hijos. Del placer ni hablamos. Ha costado mucho que la mujer encuentre su sitio en este asunto, mientras que ellos lo han disfrutado toda la vida. De todos modos, las parejas jóvenes ya no tienen nada que ver con estos conceptos tan trasnochados".

Ella se casó hace dos años con el británico David Murphy. Defiende este modo de vida porque le parece que es el que mejor funciona, aunque reconoce que precisa de humildad y reflexión por ambas partes. "Se necesitan pactos y comunicación. Es la única forma de evitar esa frase tan horrenda con la que me resisto a convivir: ´pues anda que tú´..." Considera que la pasión es la sal de la vida y que "a veces hay que parar de pensar y dejar que el cuerpo te arrastre. Y si flaquea, hay que currársela. No hay nada más bonito que hacerla florecer de nuevo".

Su hombre ideal la seduciría con la mirada y con ingenio y buena conversación, pero además habría de ser bondadoso, educado, y respetuoso. "Sobre todo, valoro que tenga muchas facetas: que sea amigo, colega, amante. Y es estupendo que tenga su parte femenina muy desarrollada. Que deje fluir sus sentimientos, sin dejar de ser hombre por ello. Esa es una de las cosas que más nos puede gustar a las mujeres". Sus amigos, más numerosos que sus amigas y con los que se comunica con la misma facilidad que con ellas –"lo de la complicidad femenina es un poco mito"–, son así en su mayoría. "Han tenido buenos padres que les han fomentado la sensibilidad, sin hacer caso de las tonterías de antaño de que los chicos no lloran y otras bobadas por el estilo".

Del varón envidia la honestidad, la nobleza y "la fuerza física, que es, para mí, la gran diferencia. Porque intelectualmente no hay. La naturaleza nos lo ha compensado haciendo que nuestra pila dure más y que tengamos la fortaleza para soportar la creación de una vida nueva que, físicamente, tiene mucho de purificador". Un proceso que, a sus 36 años, no va a retrasar mucho, "ahora que tengo a mi lado a la persona adecuada y antes de que la edad me impida afrontarlo con la necesaria vitalidad. ¡Con lo que pesan los críos!"

Por el contrario, el hombre celoso y posesivo le desagrada "con todo lo que conlleva. Ahí está el germen del maltrato. Un infierno que es una de las peores cosas que le puede ocurrir a una mujer".