Examinar o analizar un vino parece cosa de expertos sumilleres, pero no tiene por qué ser así. Cualquier cata, bien de vino o de cualquier otro producto, requiere siempre de un ritual cuyos pasos hay que seguir para no perdernos todo lo que nos ofrece esa 'delicatessen'.

En el caso concreto de un buen caldo, no es lo mismo tomarlo en un vaso de plástico o en una copa, beberlo según ha salido de la botella o después de oxigenarlo, etc.

Se trata de un proceso en el que además del paladar, también intervienen la vista y el olfato. A continuación te explicamos cuáles son las pautas básicas para catar un vino.

Primera fase: visual

Descorchamos y vertemos el vino en una copa de cristal fino (llenar un tercio de la copa aproximadamente). Servirlo en copa de cristal, no de vidrio, es muy importante para que no se pierdan los cientos de aromas que encierra esta bebida.

Antes de beber hay que oler y analizar el corcho, que debe estar ligeramente humedecido por el caldo. Esto nos revela que la botella ha estado guardada en posición horizontal o inclinada hacia arriba para que el sedimento del vino se acumule en el fondo.

Ahora cogemos la copa por la base para no calentar el contenido, la elevamos a la altura de los ojos y la inclinamos unos 45 grados sobre un fondo blanco (puede ser un papel o una servilleta con algún texto).

Observamos primero el color, que nos indicará la edad del vino. En uno tinto, cuanto más brillante y color cereza o rubí, más joven; si es granate tirando a anaranjado, más envejecido. Si se puede leer el texto a través del vino, diremos que es de capa baja; de lo contrario, hablaremos de un vino de capa alta.

También hay que analizar la densidad del caldo. Para ello, movemos despacio el vino por la copa y observamos cómo caen las llamadas 'lágrimas del vino'. A menor velocidad de caída, más densidad y por lo tanto mayor cantidad de alcohol.

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Segunda fase: olfativa

Acercamos la copa a la nariz sin agitar el vino y realizamos dos o tres aspiraciones lentas y profundas para extraer los aromas primarios, es decir, los que aporta el tipo de uva empleada en la elaboración.

El siguiente paso es rotar el vino ligeramente en la copa para que entre en contacto con el oxígeno y volver a oler. En esta fase se desprenden los aromas secundarios, los procedentes de la fermentación. A continuación agitamos con más energía para extraer los últimos niveles aromáticos, los conocidos como 'bouquet' y que se desarrollan durante el proceso de envejecimiento o crianza.

Hay dos tipos de 'bouquet': de oxidación y de reducción. El primero es propio de los vinos que envejecen en barricas y su olor recuerda a frutos secos, como las nueces. El segundo se da en vinos que no están en contacto con el aire (envejecen en botella) y desprenden olores a vainilla, humo u hojas secas.

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Tercera fase: gustativa

Por fin llega el momento de probar el vino. Damos un pequeño trago, manteniendo el vino en la boca y moviéndolo por toda la cavidad bucal para que las papilas detecten todos los gustos (salado, dulce, ácido y amargo). Un buen vino es aquel que logra un equilibrio perfecto entre todos los sabores básicos.

Al tiempo que mantenemos el vino en la boca, aspiramos aire y lo expulsamos por la nariz para volver a captar los aromas, pero esta vez por vía retronasal. Pasados unos segundos se traga -o se escupe- y si persisten las mismas sensaciones que con el vino en la boca, diremos que es un caldo de larga retronasal.

Ese final que nos ha dejado el vino, con mayor o menor persistencia de aromas o sabores, es lo que nos servirá para distinguir unos caldos de otros.

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