El ajo es un alimento que encontramos en los platos típicos de cualquier rincón del país. Hay quien dice que cuando comienza a oler a ajo, es que ya estamos en España. El ajo se puede tomar en crudo y cocinado. Crudo sirve para frotar unas buenas tostas, en trocitos para aliñar unos pimientos, en puré para el ajoblanco o bien picadito para las ensaladas. Cocinado, no se entiende un plato sin él. El ajoarriero, cualquier potaje e incluso una pizza precisan del ajo guisado.

Como elemento curativo se utiliza desde la Antigüedad para exterminar oxiuros y áscaris del intestino; posee azufre en su composición, muy necesario para las funciones depurativas del hígado; es un desinfectante del tracto digestivo y un antiinflamatorio muy recomendable en prevención y tratamiento de problemas cardiovasculares; tiene capacidad bactericida, antiséptica, antivírica y descongestiva. Es un antibiótico natural. El ajo contiene sustancias capaces de atrapar toxinas y metales pesados como el cadmio de los cigarrillos; a su vez, estas sustancias estimulan los glóbulos blancos, que se encargan de destruir células cancerígenas. Es rico en calcio, fósforo, potasio y vitamina C. Por todo esto, no debemos descuidar el uso del ajo en nuestros platos.