Cautiva la redonda persistencia que expresa GO, tal vez proveniente de esos 80 años que aporta la Doña Blanca, llamada también moza fresca. O ese final ligeramente amargo que entrega en boca la Godello, que nos deja la boca embadurnada de una piel grasa placentera, preparada para apreciar el mundo como si fuera posible que todo nos resbalara un poco más.

Un día de Febrero de este año, la primera vez que probé este vino, la mujer que lo ha creado, Sandra Luque, me turbó con sus palabras mientras se hablaba en una mesa redonda con otras enólogas sobre el vino elaborado por mujeres. Pero quería atender al vino por si hubiera magia en la encantadora de vino, y acabé pensando en silencio en el hecho de que qué será lo que sueñan estas enólogas cuando se acerca el final de la construcción de estos poemas líquidos que a veces tenemos la suerte de probar. ¿Saben a lo que sabrán los vinos que preparan, o solamente tendrán una intuición que año a año va variando con la aparición del vino elaborado y que se va transformando, redondeando hasta encontrarse él mismo? ¿Hasta donde llega el conocimiento de los magos, de las magas?

GO me sabe a tiempo de tarde, a reunión con nosotros mismos para tratar de solucionar algún problema, mientras caminamos entre jazmines, y huertos cercanos de frutas maduras nos hacen soñar con el trópico que nunca llega. Pero también me deja en las encías los frutos secos de la búsqueda de la respuesta.

Es una obra compleja y persistente, que se deja acariciar por temperaturas que primero nublan la copa gracias al frío a que sometimos el vino y que sin prisas deja la expresión de colores de norte inclinado en el centro de la copa, como si música de un arpa celta de 34 cuerdas atravesara los mapas de la historia.

GO se hace afín inmediatamente, la amistad irá llegando con el paso de los días y los encuentros tenidos. Las prisas son compañeras poco deseadas en los viajes largos. Sus aupados aromas deletrean la letanía de un mundo sereno al que siempre queremos regresar, cargados de problemas o sin ellos, no importa, él nos habla con franca laxitud conjuntada.

Aromas dentro de los aromas, una pretensión para que no podamos cejar en el empeño de encontrar algo que nos impida alejarnos de esa bucólica sensación de que más allá siempre va a ver respuesta. Siempre va a ver complejidad, que es lo que le pedimos a los vinos para que no nos acaben abandonando en mitad de la degustación. En mitad del diálogo. En mitad de la búsqueda.

Pero no nos dejemos engañar. La Godello que habita en GO no sólo sabe de tradición y respeto, sino que muestra una modernidad atrevida, basada, por evidencia, en las posibilidades que va a dar la naturaleza, redescubierta o nunca olvidada. O siempre presente.

Las geografías traducen los deseos y las posibilidades de cada grano de uva. El ser humano, el enólogo, en este caso la enóloga, tiene el preciado don de llegar a conclusiones que navegan por ese calendario que llamamos añadas y que pueden ser buenas, regulares o excelentes, pero todas, absolutamente todas, aportan la construcción de la historia de un vino. Y GO viene para quedarse como un amigo. Hecho con el tiempo.