Opinión

Viernes Santo y otros viernes de gloria

El valor de la amistad en cualquier época

Hoy, Viernes Santo, día tenebroso para las almas de fe que aguardan en la resurrección, toca jubiloso reencuentro con los viejos amigos que quedaron en la ciudad levítica, ese recóndito solar amurallado que resguarda el Duero donde el anual teatrillo de la Pasión congrega a vecinos y visitantes por legiones. Cada Semana Santa retornar al amparo de las viejas piedras románicas los hijos de la diáspora, a participar como actores o figurantes en la representación callejera de un Evangelio tallado, a arrimar el hombro y a ponerle velas al reto demográfico, que también en esta Castilla vieja los pueblos se despueblan. Tal es el calvario de la España rural, donde los paisanos desfilan tras el Crucificado con las mortajas que se llevarán a la tumba, como ocurre en estas calendas en Bercianos de Aliste.

Dice la Biblia que quien encuentra un amigo halla un tesoro. Evangelios paganos confirman justo lo contrario: si encuentras un tesoro, te llueven las amistades. En la prosperidad, nuestros amigos nos conocen; en la adversidad somos nosotros quienes conocemos a nuestros amigos. Tal vez por ese motivo las buenas amistades se cuenten con los dedos de la mano y aún sobren el pulgar y el meñique. La amistad es un valor que cotiza a la baja en la bolsa del individualismo, cuyas acciones crecen como la espuma porque los dedos de la mano ya no se utilizan para contar amigos sino para manejar el móvil.

Hoy Viernes Santo al otro lado del Pajares, rogando a la lluvia que amaine y se apiade de los cofrades que cargan con el paso de las procesiones, es también fecha de recordatorio de tantos viernes de gloria a mesa y mantel en el hotel Asturias. Y buen momento para entonar un silencioso rezo por aquellos personajes brillantes de esa tertulia fraternal que nos dejaron para siempre y que ya son demasiados, hombres de fe y de ciencia, de técnica y de letras, y sin embargo amigos. Hombres sabios al modo de Cicerón, quien dejó escrito que la amistad, después de la sabiduría, es el bien más valioso.

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