Opinión

Lobos de un cuento de hadas

La protección del cánido llega al Congreso

El lobo ibérico, especialmente en su versión al norte del río Duero, vive en un idílico cuento de hadas desde su inclusión en el listado de especies silvestres en situación de protección especial, que es el salvoconducto que evita los controles de población de una especie tradicionalmente dañina para la ganadería extensiva. El cánido salvaje cuenta con mala prensa desde los tiempos remotos de Caperucita, si bien la antigüedad le reservó mitos fundacionales, amamantando en Rómulo y Remo a la Roma inicial. En la tradición popular el lobo es a la vez maléfico y benefactor. Se le asocia tanto a las tinieblas, el engaño, la voracidad y la concupiscencia como se le representa con las cualidades de la fuerza, la astucia y el valor.

No extrañe entonces que la especie cuente, desde tiempos inmemoriales, con defensores y detractores, con acérrimos favorables y con virulentos contrarios, grupos humanos estos últimos cuyos intereses el lobo ataca con saña. No se ponen de acuerdo en Asturias unos y otros a la hora de estimar el número de manadas que campean por el territorio regional. Los 43 grupos registrados oficialmente pueden ser más, puesto que distintos informes oficiales ofrecen versiones contradictorias. Políticamente se trata de un bicho arrojadizo, pero hay un dato objetivo incontestable: nunca se había pagado cantidad tan elevada por las afecciones de la fiera al ganado en Asturias: 1,1 millones de euros en el último año, tras atribuirse al lobo el ataque a 3.256 animales (1.093 caballos, 976 ovejas, 953 vacas, 227 cabras y 7 perros). Y en territorios dispares de la geografía autonómica. ¿Los mismos lobos acarrean más daños o aumentan los daños porque existen más lobos?

Mañana, el espinoso asunto lobuno llega al Congreso de los Diputados, donde se discutirá si el lobo sale del LESPRE y vuelve a un estatus de menor protección, hasta el punto de poder autorizarse batidas que eviten el crecimiento descontrolado del número de ejemplares. Convendría reconocer que la convivencia entre el ganadero y la especie reclama un tratamiento razonable y sostenible. Si la consecuencia de que haya más lobos en el monte es que se reduzca el número de pastores, las cuentas ni son justas ni salen.