Opinión

Pasión por Europa

El día de Europa, más allá de su simbolismo, representa una ocasión para reflexionar acerca del proyecto político más importante en el que nos hemos embarcado los europeos, tras los fracasos posteriores a la Paz de Westfalia y al Congreso de Viena, y en cuya consolidación definitiva está comprometido el futuro papel estratégico a desempeñar en un mundo en permanente redefinición y la defensa de un modelo humanista, basado en la democracia liberal, y los valores que nos son propios y nos distinguen.

La declaración Schuman se considera el origen de la actual Unión Europea, precedida por las pulsiones estratégicas de Churchill y la iniciativa tenaz y discreta de Jean Monnet. A partir de entonces, el proyecto fue cumpliendo hitos y superando dificultades, desde la CECA a la Comunidad Económica Europea, hasta la actual Unión Europea, pasando por los diferentes tratados y las ampliaciones de Estados miembros hasta los 27 actuales.

Una historia de éxito no exenta de crisis episódicas, avances y retrocesos. En conjunto debemos estar orgullosos de los logros obtenidos; entre los mas significativos identificamos, la libre circulación de personas y mercancías (eliminación de fronteras), la moneda única, las políticas comunes (significando por todas la PAC); recientemente la lucha contra la pandemia basada en una política común de vacunación, la mutualización de deuda por importe de 800.000 millones de euros para propiciar una salida conjunta de la crisis, la estrategia conjunta para afrontar la crisis energética y encaminar un futuro menos dependiente de agentes externos, se han sentado las bases de la autonomía europea en materia de defensa (a raíz de la guerra de Ucrania), y de la soberanía tecnológica e industrial a partir de la planificación de la transición energética verde.

Hasta aquí un sucinto balance (parcial) de logros que, siendo relevantes, pueden llamar al equívoco y sugerir una Europa idílica exenta de problemas. Al contrario, los retos son enormes, y de no afrontarlos con valentía, arrojo y convencimiento, bien pudiera ocurrir que el proyecto europeo entre en dificultades insuperables.

Los desafíos a los que nos enfrentamos exigen una respuesta europea de conjunto. Las reglas del juego han cambiado radicalmente en las relaciones internacionales y Europa está obligada a reaccionar esgrimiendo el peso de sus 450 millones de personas. La autonomía en materia de defensa, la política de fronteras, la defensa del modelo social europeo y su dependencia de una economía potente basada en una industria que descarboniza para afrontar la problemática de la biodiversidad y el clima constituyen objetivos irrenunciables a corto plazo.

Multiplicar la inversión en innovación y desarrollo para mantener la competitividad de nuestra industria, una política comercial más agresiva frente al exterior y menos permisiva frente a las importaciones de productos amparados en hábitos laborales y medioambientales dañinos; el impulso industrial en sectores estratégicos de calidad (nuevas tecnologías, inteligencia artificial, etcétera) y una apuesta por una agricultura moderna y sostenible que garantice la suficiencia alimentaria, parecen campos obligatorios a abordar desde una perspectiva de escala europea.

Todo ello exige un único discurso común que conforme la opinión pública europea; urge pedagogía en clave de autoafirmación bajo el principio de plena operatividad y eficacia de la actual Unión Europea en el concierto internacional. Estoy hablando de conformar una autentica identidad europea.

Los retos mayúsculos enunciados apelan a decisiones de envergadura, desde el convencimiento, la asunción de riesgos, y liderazgos capaces de asumirlos. El mundo se está acelerando, las ventanas de oportunidad se cierran, y Europa corre el riesgo serio de quedarse en segundo plano frente a otras regiones del mundo.

No obstante, todos estos retos requieren, con carácter previo, y para enfrentarlos con solvencia, de una reflexión profunda acerca de nuestros déficits organizativos o de gobernanza. En primer término, estamos obligados a flexibilizar la toma de decisiones, transitando hacia un modelo que expulse la unanimidad (reservada para decisiones de especialísima trascendencia) y permita la toma de decisiones a partir de mayorías en el Consejo, al tiempo que cristalice el principio de subsidiaridad; en paralelo, una simplificación radical de las normativas comunitarias, procurando su eficacia y el apoyo a los agentes económicos (la PAC y sus excesos burocráticos constituyen el paradigma de las reformas a emprender). En definitiva, parafraseando a Enzensberger, modulando o domesticando "al gentil monstruo de Bruselas" o, dicho de otra manera, impugnando contundentemente el centralismo burocrático que está irritando y procurando la desafección de millones de europeos.

Otras de las grandes reformas a emprender, que afecta a la propia esencia de la Unión, pasa por restañar el déficit democrático de las estructuras políticas de la misma. Es innegable que la estructura organizativa de la Unión, que pivota sobre el Parlamento, el Consejo y la Comisión, ateniéndonos a sus actuales competencias, quiebra la consabida división de poderes, en lo que ha venido a convenirse como un déficit de naturaleza democrática. A pesar de algunas mejoras sustanciadas en los últimos años en relación con las potestades del Parlamento, subsisten anomalías en relación con las funciones de la Comisión y del Consejo, y su elegibilidad –¿legitimidad?– que no emerge del Parlamento. Si a ello añadimos que decisiones de enorme trascendencia se residencian en el Consejo Europeo de Jefes de Estado, se proyecta ante el ciudadano una mezcla preocupante de quiebra de legitimidad democrática y desafección en relación con el proyecto europeo, representado en el escaso entusiasmo con respecto la participación en las sucesivas convocatorias electorales al Parlamento Europeo.

La aventura europea significa, en esencia, la defensa de la idea del hombre como alguien libre, racional e ilustrado, protagonista de una sociedad humanística, que se apoya en la separación de poderes, el respeto a las minorías, la independencia de la justicia y una prensa libre. Este ideal es sumamente frágil (la democracia es un instrumento delicado), y esta sometido a cuestionamiento desde las propias entrañas, toda vez que variados populismos, nacionalismos y antieuropeísmos de distinta etiología se están mostrando sumamente fuertes en muchos de los países que conformamos la Unión.

El balance de este medio siglo europeísta es muy exitoso, si lo comparamos con los sucesivos intentos de cohesión europea fallidos de nuestro pasado, y ello a pesar de evidentes insuficiencias y de ritmos parsimoniosos. He querido transmitir la idea de que debemos enfrentar con urgencia retos de enorme envergadura, so pena de quedarnos en los márgenes de la historia, al tiempo que apunto a la imperiosa necesidad de emprender profundas transformaciones en materia de simplificación y gobernanza como presupuesto previo para el éxito del proyecto.

Hago mías las palabras del excanciller alemán Helmut Schmidt, pronunciadas hace ya algunos años, pero de enorme actualidad: "Si permitiéramos que la Unión Europea se atrofiara e incluso fracasara, el noble comienzo quedaría reducido a poco más que un tema interesante para futuros historiadores. Para nosotros, los ciudadanos de Europa, y para nuestros descendientes esa decadencia comportaría una tragedia, a saber, la perdida definitiva de nuestra autodeterminación. Mas importantes que todos los Tratados y sus artículos son la cordura y la fidelidad a los principios, la lealtad a las ideas, el liderazgo y el ejemplo".

Ante las próximas elecciones europeas, se nos ofrece una oportunidad única para conformar una gobernanza europea que responda con liderazgo y ambición a los retos enunciados. No es momento de tibios, sino de audaces.

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