El descanso del guerrero del kárate: el histórico sensei José Manuel Rodríguez se jubila

El deportista, que trabajaba en las instalaciones del Cristo, llevaba 44 años en la enseñanza

José Manuel Rodríguez, en el tatami de El Cristo.

José Manuel Rodríguez, en el tatami de El Cristo. / Fernando Rodríguez

Dicen que el amor llega cuando menos te lo esperas. No siempre pasa, pero al menos así le ocurrió a José Manuel Rodríguez hace casi cinco décadas. En 1977, con tan solo 18 años, nació un romance que le ha acompañado hasta ahora y que durará para siempre. Y fue, simplemente, por ir a un gimnasio a probar un deporte "como pudo haber sido otro": así nació su idilio con el kárate, la pasión surgió a primera vista. Para el histórico profesor del arte marcial japonés de las instalaciones deportivas del Cristo ha llegado el momento del colgar el kataregi –o kimono– y jubilarse, de disfrutar del merecido descanso del guerrero tras una vida dedicada, en cuerpo y alma, a esta disciplina.

El tatami donde lleva décadas impartiendo clases está plagado de murales con rutinas físicas, consejos dietéticos o recortes del periódico que se mimetizan con espalderas y barras de dominadas. "Esta es mi casa", afirma, orgulloso, mientras se acerca a la plaza que reina en la estancia: el tatami. En uno así acabo por casualidad, aunque desde pequeño ya practicaba deporte. Fue al colegio Loyola y hacía gimnasia deportiva y balonmano, pero un problema de salud le tuvo parado durante un año. "Cogí peso y pensé que tenía que hacer algo". Sin referencias previas, se lanzó al karate porque un dojo –un club– le quedaba al lado de su barrio, Vallobín. Y se enganchó.

Cuando entró en el Club Takeda conoció a un hombre al que admiró y que se convirtió en su mejor amigo hasta 2021, año en el que falleció. Cuando habla de él se le nota un brillo especial en los ojos. Fue Hiromichi Kohata, su sensei, su maestro. El japonés fue el pionero en introducir en España del karate gensei-ryu, el estilo que enseña José Manuel. "No es el más popular, pero en la zona de Tokyo es de los más importantes", explica. De ese gimnasio, donde también se impartía judo, salieron muchos de los mejores karatekas y árbitros internacionales de Asturias y de España.

Rodríguez formó parte de la segunda generación de discípulos de Kohata. En 1977 ya había cinturones negros en Asturias –el primero fue Carlos Valdés, su otro sensei, pero en arbitraje–, pero sus condiciones físicas y psicológicas, casi ad hoc para el karate, hicieron que en solo tres años consiguiese el primer dan o, lo que es lo mismo, el cinturón negro. Ahí empezó su periplo de 44 años siendo profesor en el tatami del Cristo en los que ha entrenado con los miembros de las Fuerzas de Seguridad y ha ayudado a los opositores a superar las pruebas de ingreso, ha dado clases de mantenimiento a gente de todas las edades e iniciado en el karate a cientos de personas.

Niños, también esto último costó que arrancase, porque hasta entrados los 80 no estaba permitido impartir este arte marcial a los menores. A Rodríguez le encanta enseñarles e investigó mucho, principalmente a partir de publicaciones francesas, sobre pedagogía para aplicar a las clases infantiles. Así consiguió llegar a ellos para que, además de infundirles deporte y valores, los niños se lo tomasen, en principio, como un juego. "Con ellos no eres el sensei, eres Jose", dice con una sonrisa en la cara, para añadir, a renglón seguido y con una expresión en su rostro que "¡cómo pasa el tiempo!", que muchos de sus últimos aprendices ya eran nietos de los primeros alumnos. Todos son ya una familia.

El karateka hace una sorprendente revelación: su vocación frustrada fue el periodismo. De hecho, estudió Filología porque en Oviedo no había Ciencias de la Información. Estuvo a punto de quedarse a trabajar en el Departamento de Crítica Literaria de la Facultad, le ofrecieron un puesto, pero el karate tiró más. "Ya sabes, esas decisiones de juventud donde todo el mundo te dice que asegures, pero te tira más la pasión; no me arrepiento, todo salió bien". Y tanto, porque acabó siendo el único funcionario del Principado con plaza como maestro de karate. Otro tema en el tintero fue no poder competir todo lo que quiso. Una grave lesión de rodilla, que con los años cada vez molesta más, cercenó su prometedora proyección en el kumite, el combate del karate. "Pero aquí seguimos".

El futuro para José Manuel se perfila tranquilo. ¿Qué hará? "Pasear, leer. Me encanta leer". "Tengo todos los libros de Reverte", y enlaza, de nuevo, con el periodismo. ¿Estudiarlo ahora? "No sé", ríe, "es mi espina clavada". También viajará, porque, explica, quiere ver algo más que esas paredes que le observan desde hace décadas y que "están llenas" de él. Sea como fuere, su retiro tendrá, eso sí, el merecido sosiego del descanso de un guerrero. Del karate.

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