Empecé a ver con prevención 'Lo que escondían sus ojos' el martes. Una razón es por la cadena, Telecinco, cuya credibilidad para algo que no sean porquerías cotidianas, está bajo mínimos. Otra es su nombre, no me gusta la cursilada, 'Lo que escondían sus ojos'. No ayuda mucho saber que se basa en la novela de Nieves Herrero, del mismo nombre. Y otra es que el torrencial amor entre el amigo de los nazis, el ministro de Exteriores y cuñado de Franco, el picha brava Ramón Serrano Súñer, y la marquesa de Llanzol, Sonsoles de Icaza, diluyera el retrato de una España bárbara y criminal. Y vaya si lo diluye. Pero es verdad que esa historia de amor se vive al margen de la situación de un país que aún está tapando la sangre de su guerra civil. Años 40.

No es una serie histórica. Es una serie de amor que se da en un momento histórico, que por otra parte refleja la hipocresía del poderoso. Y es una serie que, y es una novedad, se cuenta desde el punto de vista de los vencedores de la guerra. En ella se ve una España elegante, de salones dorados y lámparas de araña, de señoras con vestidos suntuosos firmados por Balenciaga, una España que no sólo no pasa hambre sino que acude a cócteles, cenas, y divertimentos sociales donde el Möet&Chandon es como la achicoria de los pobres pillada en el estraperlo de las esquinas. La serie tiene una impecable factura. Y unas interpretaciones en las que sobresale el Franco de Javier Gutiérrez, que no lo parodia sino que inquieta, o la Carmen Polo de Pepa Aniorte. No así el Súñer de Rubén Cortada, bastante cortito, por muy bien que dé en cámara.