A veces me dan ganas de reír, y eso que el programa -atención, se llama docurreality, o docuserie, o docudrama- es de una seriedad que pretende ser pedagógica, aleccionadora. Pero a mí me da la risa. O una pena penita muy grande, tan grande como el ridículo de la satisfecha Barei, la señora que dijo en Estocolmo, segundos después de quedarse en el puesto 22, a cuatro puestos de la última, que era la enviada de dios y que sentía «el calorcito de la gente».

Si yo fuera ese dios la metía en el horno del infierno para saber lo que es el calorcito. En el plató, apoyando el fracaso, como quien ve un cosa que nadie ha visto, Anne Igartiburu la saludaba como habría que saludar a los médicos del Hospital General de Massachusetts, que le han trasplantado a Thomas Manning, de 64 años, el pene de otro varón ya que perdió el suyo por enfermedad. Pero no, saludaron a la perdedora Barei echando al suelo la alfombra de una adulación patética, como esos jurados que animan a la niñería a seguir así, «siendo como eres, no cambies», que te espera un futuro brutal, decía Edurne, la que perdió el pasado año, o «no te preocupes, el futuro empieza ahora», remachaba Ruth Lorenzo, que tampoco salió a hombros en Eurovisión.

Hasta Chikilicuatre, sin el juego de pies a lo Lina Morgan de Barei, logró mejor puesto. Estas escenitas patrioteras me recuerdan, por lo falsas, al programa que me refería, Centro médico. Lo emite La 1 a diario ante unos 650.000 espectadores. No importa, si el producto tuviera un mínimo de calidad. No lo tiene. Al Centro médico lo llaman docuficción, pero no es ni documental ni ficción. Eso sí, te enteras de lo que es un antavirus -provocado por el virus del antas, transmitida por los ratones de campo a través de las heces, saliva y orina-.

En España se han dado sólo un par de casos, dice el actor que hace de médico, cogido del mercadillo de los jueves de los actores en formación. ¿Sólo dos casos y ya tiene su docuficción el puto virus? El perfecto facha Sobreactuado, con textos dichos de carrerilla a ver quién termina antes, con producción penosa, recreando un ambiente hospitalario que es puro invento, Centro médico va a ser renovado por otra temporada. La idea es recrear casos médicos reales, pero el resultado es tan estrambótico que uno no sabe si es un centro médico o una fábrica de longanizas. Cuantas más, mejor. Si los médicos y enfermeras ejecutan su papel sin credibilidad, el apartado de los que llegan tosiendo, con dolores, o con la tez demudada es para echarse a reír.

¿Malos? Sólo falta que se oiga por lo bajini la banda sonora de risas enlatadas. Al contrario, uno que va perdiéndole el respeto a la cámara, y cada vez es más natural, es don Julio Anguita, que dice que no está para mítines, que no es el baúl de la Piquer, de doña Concha Piquer, dice él, que tanto viaje y tanta plaza le vienen grandes, pero que sí está dispuesto a apoyar «la confluencia», y por eso hará pequeños vídeos -¿Anguita Yotouber?-, concederá entrevistas, o aparecerá junto a Pablo Iglesias, el artista, joder, me has emocionado, le decía el Coletas al Califa apretando los ojos para contener las lágrimas, pero cuidando de no salirse de plano, rodeado de cámaras y flashes, su medio natural, cuando hace unos días coincidieron en Córdoba calentando el 26J.

Los de La Sexta no quieren perder comba en este nuevo docudrama al que España está abocada, una cadena, y programas como Al rojo vivo, El objetivo, o La Sexta noche, culpables de la vuelta a la política de Esperanza Aguirre. Lo dijo en el documental sobre el perfecto facha, sobre el cinismo y la hipocresía, que vomitó Telecinco gracias al encuentro sideral en Tu casa es la mía entre Bertín Osborne, el amojamado campechano, y la ultraliberal, que no cree que la política tenga que ser una profesión, ole su flor, dicho por quien lleva en política desde que echó los dientes de leche, dicho por quien lleva en polí- tica más de una plaga bíblica, la mentirosa compulsiva, la que vive de lo público desde que echó el primer polvo con su marido -un tío cañón que conocí en un campeonato de golf y con quien acabé jugando yo, le dijo a Bertín, mirando desde sus ojillos chiquititos, esos ojos suyos de picarona de derechas, que son las mejores-.

Panecillo consagrado Tampoco sé en qué tipo de documental colocar la actuación de Paco Camps, el dolido, el apesadumbrado, el compungido. Llegó con corbata negra como una víctima más del accidente del metro de Valencia a la comisión de investigación de Les Corts que trata de esclarecer lo que pasó hace 10 años. Y dijo, sin abrir los brazos como el mártir que es, que desde el minuto uno estuvo al lado de los familiares.

El cielorraso no se hundió, pero dejó claro que podría ser un actor del carajo en Centro médico haciéndonos creer que es un doctor de toda la vida. Jamás recibió como presidente del gobierno valenciano a los familiares de ese terrible accidente a los que despreció, a los que se quitó de encima por la vía expeditiva de ignorarlos con un aliado incontestable, Juan Cotino, su conseller de Agricultura, un tipo siniestro al que imagino mirar con arrobo morboso al crucifijo y escupir con asco al semejante que se interpone en su santa carrera, un menda con cara de panecillo consagrado cuya sonrisa es frío veneno.

Ambos celebraron ante la comisión un sainete nauseabundo, la vieja táctica política de añadir dolor al dolor bajo el género de la docuprovocación, que tan bien supo manejar Canal 9 en sus años de oprobio. Veo a Laura Ballester, colega de Levante EMV, entrar en directo en La Sexta, para recordar que el periódico, además de la gota que puso Jordi Évole y su mítico Salvados, no dejó que la llama de la justicia se apagara del todo.

Como queda claro en Las primeras 48 horas, docuficción policial que recrea casos criminales, las primeras 48 horas son fundamentales. En lo del metro han pasado 10 años. A ver si al menos, de haberla, a alguien se le cae la cara de vergüenza. Eso sí que sería un caso clínico para ver en Centro médico.