El ascenso meteórico de Carlos Lozano , que desde el olvido ha pasado a una presencia más o menos asentada, está sufriendo el peor castigo cuando se presenta un programa y el público decide ignorarlo, la audiencia no responde, la gente le da la espalda y nada de lo conseguido es capaz de mantenerse.

Carlos Lozano se tiró al barro participando en la guarrería Gran Hermano, ese sórdido charco de heces y orines al que algunos se tiran para ganarse las habichuelas, y al parecer demostró que tiene el coraje y la capacidad de dar espectáculo rastrero, ingrediente no sólo necesario sino muy valorado en la casa que aloja a semejante mojón. No ganó el concurso pero ganó un contrato, y no es poco en la España de Rajoy , con un Gobierno que ha llevado a la pobreza sin paliativos a casi un 30% de la población, en riesgo de exclusión social.

Es verdad que Mediaset, a través de Cuatro, lo mandó a la cuadra, una ironía, un guiño, una redundancia que maldita la gracia, para que organizara la pachanga, hoy sin chiste alguno, de Granjero busca esposa, que tuvo sus primeros días de gloria, cuando Luján Argüelles presentó las primeras ediciones del programa para buscar pareja. Hoy día el programa es una extensión del espíritu facilón, grosero y friqui con que el emporio hace su negocio. Ni las achuladas maneras del presentador, ni la resolución de sus gestos, ni ese compadreo natural del modelo, actor, concursante, y ex marido de Mónica Hoyos, han obrado el milagro.

En su estreno, noche de viernes, apenas 800.000 personas vieron la parada de los aspirantes a conocer el amor, o a seguir en la tele. A Carlos le da igual. Está otra vez en circulación. Aunque precaria. La vida catódica es dura.