Las señoras de labios pintados -el hablante se refiere a ellas como símbolo de clase alta- empiezan a decir, mira, el indio trabaja, no para. El indio Evo Morales, que preside el Gobierno de Bolivia. El presidente conduce su propio coche. No teme a nada ni a nadie. Mi seguridad, dice, me la da el pueblo, cómo voy a temerle.

Escuchaba al presidente de Bolivia hablar con Jordi Évole en el regreso de Salvados, y llegué a pensar que Evo ya tiene el mal del político que se cree la encarnación del pueblo, y que si lo atacan a él atacan a Bolivia.

En Cuatro, casualidades entre cadenas, regresos, y contenidos, Pepa Bueno ocupaba el lado del sillón que ocupaba Risto Mejide en Viajando con Chester. Enfrente, a la izquierda del sofá, Felipe González, al que sólo le faltó aparecer con los labios pintados para ser un Maradona de la política o una de las señoronas de clase alta bolivianas. Qué tipo.

Cuanto más habla más se parodia, más le delata su panoplia de gestos, eso de escuchar serio, bosquejar una sonrisa, detener las manos, echar mano de sus sentencias quitándoles importancia para que seas tú el que se las dé, insistir que ya no está en este mundo pero dejar claro que el mundo no giraría sin él, y soltar alguna tontuna - Pablo Iglesias se parece a Aznar en su lenguaje corporal, expresión que repitió hasta el hastío aplicada a otros políticos- hasta llevarla a titulares para ocultar el fárrago indecente de su explicación como consejero de Endesa -quería estar ahí para ver cómo funciona por dentro una gran empresa, dijo, o es mejor estar en una gran empresa española que en una multinacional-. Evo será populista. Felipe nos toma por gilipollas.

Felipe González compara a Pablo Iglesias con Aznar.