Es un misterio misterioso. Alguien tiene que levantar la mano y reconocer su malicia, su tropelía, su mala baba, su sentido del humor, lo que sea, pero que dé la cara. Si hablo de Jesús Álvarez ¿saben quién? Es de los televisivos que todo el mundo conoce aunque no sea muy conocido su nombre.

De hecho, si recuerdan, Jesús Álvarez, no me pregunten por qué, llegó a participar en una edición de ¡Mira quién baila! Pero donde la mayoría podemos situar al periodista es presentando la sección de deportes del Telediario. Y ahí se desparrama el dolor como la leche hirviente por la cara. Cuando dicen su nombre en el sumario para que él dé los titulares, el realizador no tiene piedad, claro que tampoco la ha tenido antes ningún compañero, ningún amigo del alma, dios, ni siquiera su mujer. ¿Esa mujer no tiene ojos, o está tan pillado con su maromo que todo le gusta?

Hagamos la pregunta que alguien, y muy en serio, tiene que hacerse en TVE. ¿Quién viste a Jesús Álvarez? Lleva el pantalón al sobaco, tipo Julián Muñoz y su atroz imagen de tragaldabas, se ata el calzón con una correa por encima del ombligo, el traje parece siempre un par de tallas más grandes de lo que necesita, como heredado de su hermano el grandullón sin tiempo a que la madre le hiciera los arreglos, por dios, esos hombros caídos, ese bamboleo, ese plano abierto que lo muestra allí, de pie, con sus papeles en la mano y su desgarbo conmovedor. Y sobre todo.

¿No hay en el ropero de TVE alguien con ojos? ¿Quién elige las corbatas de este hombre? ¿Las trae de casa? ¿Se las dan en el último segundo y se las encasqueta sin rechistar? Esas corbatas bragueteras son afrentas, anchas como una autopista de seis carriles. Hay que hacer algo. ¿Dónde hay que firmar?