Llevamos unas semanas en las que es imposible huir de la política y, sobre todo, de los políticos. Cadena a la que vayas, allí hay alguno, o varios, agazapados, soltándote las maravillas jamás vistas sobre la faz de la tierra si los votas, o a tertulianos osados que casi son el brazo guerrero del político.

Esta semana, la que acaba de comenzar, es de traca. Se apuran las últimas promesas, se adornan las últimas mentiras, se multiplican los debates, los cara a cara, las entrevistas en profundidad, la aparición de líderes yendo de un lugar a otro. Sin embargo, «a nivel de espectador» yo creo que la gente, la masa, la mayoría está hasta la tobillera de monsergas políticas. Ojo, no de la política, sino de la política como programa de televisión, como espectáculo televisivo -¿es lo mismo?-.

Lo que se llama una saturación en toda regla, eso de tener el vaso colmado. Pero podemos encontrar algún regalo para echar unas risas. Hay tertulianos que se encienden tanto que uno cree que les va a dar algo. Verán. Hablaba el moderador radical Carlos Cuesta con Fran Hervías, de Ciudadanos, en La marimorena, tertulia en la tele de los obispos. Todos escuchaban, pero un tal Eugenio Narvaiza se retorcía en su asiento mientras el de Ciudadanos decía no sé qué y él, el tertuliano, echaba espuma por la boca interpretando que hablaba de separatismo.

Cuando tomó la palabra, dios, aquello era un toro dándose trompazos con lo que pillaba. Se puso tan colérico que no sólo echó improperios sin cuento sino hasta la propia dentadura, que se le escapó. De un tortazo la volvió a meter. Y siguió con su perorata, abstrusa, fuera de lugar, sin relación con lo que se hablaba, de defensa de Essspaña. Unos se dejan la piel, y este la dentadura.