Recibamos con un fuerte aplauso al esperadísimo Jorge González, pero no dejen de palmear porque la cosa se pone de un nivel acojonante con la llegada al plató, nada más y nada menos, de Coral Segovia, pero no crean que acabamos, que esto es como una ascensión hacia la gloria porque aún nos queda por recibir a Brequette.

Imaginen que, más o menos, Anne Igartiburu anunciara el lunes a esta peña como ganchos de la gala que organizó TVE para emprender la loca carrera a Eurovisión. Se elegía representante español de la tele pública. En esa gala -sin chispa, cansina, vergonzosa, mala- había otros ilustres desconocidos con idéntico tirón, o sea, nulo. Es verdad que soy un ignaro que cultiva con mimo su inopia en estos asuntos que chocan en mi coco impermeable, resbalando como el aceite. Es verdad que hace años, salvo piruetas extra musicales, lo de Eurovisión me pilla con el diente de mi sensibilidad musical retorcido, pero... Pero si La 1, con una desatada Igartiburu, echa mano de un jurado donde hay un tipo que se llama Carlos Martín, que es miembro de un grupo llamado Il Divo, que es a la música lo que las hamburguesas a la comida, apenas necesito más información. Loreen es otra del jurado -no me pongan caritas raras, por dios se lo pido, ¿o no saben quién es Loreen? Pues no seré yo quien les saque de su plácida ignorancia-.

Para completar, TVE contó con Edurne, ie, ieee. Después del tedioso espectáculo, hay representante. Ganó Barei -inaudito que TVE acepte letra en inglés, justo el año de Cervantes, qué triste todo- pero créanme que eso es lo de menos. Son músicas horrorosas, vulgares. Músicas clínex. Innecesarias. Olvidables.