Supe de Periscope, otra red social que va subiendo a miles por día, por la metedura de pata que tuvieron Álvaro Zancajo y Sandra Golpe cuando, después de la «exclusiva» sobre la relación entre Podemos, ETA, y la Venezuela del botarate Nicolás Maduro, ellos mismos, mientras los espectadores del informativo de las 9 de la noche seguían el vídeo sobre la fatua información, y olvidando que la aplicación Periscope recogía en directo sus comentarios fuera de cámara, Sandra, sabiendo lo que se les venía encima dijo, «nos van a dar, pero bien».

Se convirtió en tendencia del momento. Y así fue. Les cayó la del pulpo por una información tan torticera y por su comentario en el Periscope de Antena 3. Hoy casi todos los políticos tienen su Periscope que emite -es una especie de televisión individual, que el resto puede ver en directo o grabado- a través de Twitter.

Hace unos días veía un vídeo de Albert Rivera inaugurando su tele mientras una mujer de su equipo le explicaba el funcionamiento del invento. Movido por la curiosidad, yo también tengo Periscope a través de mi cuenta de Twitter. Pero lo que veo me pasma. La mayoría de usuarios dice estar aburrido, y se muestra así, mirando a cámara todo el rato mientras la audiencia les dice que se toquen el paquete, o que enseñen las tetas. Es una galería de egos desbocados que se alimentan de una audiencia que escucha simplezas de ingenuidad alucinante.

Es la cara tontorrona de una herramienta que también puede servir para dar a conocer, en el momento en que se producen, hechos con interés divulgativo, denunciable. Es lo nunca visto. La televisión de bolsillo al alcance de todos. El ciudadano convertido en su propia cadena. La locura.