Dubai lleva tiempo preparándose para sustituir petróleo por turismo. Donde soplaba el viento arrastrando arena en tormentas apocalípticas y reptaban serpientes o los beduinos montaban sus tiendas, hoy se levantan edificios de ensueño, y el agua domesticada da vida a parques acuáticos que incluso para lugares donde abunda serian considerados un exceso. Uno de sus iconos, como la Torre Eiffel para Paris, es el alucinante Burj Al Arab, el hotel flotante que yergue su cuerpo de vela desplegada sobre una isla artificial a la que solo se accede en navío o helicóptero.

Cuando al arquitecto británico Tom Wright recibió el encargo le dieron una pauta, que en todo fuese excesivo. Hay hasta mármol de Macael, que uso Khuan Chewen su interior. Todo empezó a fraguarse en 1993. Y de ese barrunte, cambiando las tormentas de arena por las de ideas, Fronteras de la construcción –canal Xplora, La Sexta– nos pasa al vestíbulo del Burj Al Arabaj. 180 metros de altura. 280 suites. Relojes proyectados por la luz del sol. O sea, lo que el jeque quería, que impresionara al visitante. Impresiona.

Otra cosa es que tanto exceso lleve a la horterada, pero esa es otra cuestión. Rodeando la mole, estructuras de hormigón en forma de panal de abejas para blindarlo de las acometidas del mar. Sus celdillas absorben la energía del oleaje. La misma tarde, en los documentales de La 1, veo el trabajo de una colmena de abejas en Corea. Esto sí que me impresiona. Estos astutos y laboriosos insectos hacen su enorme casa ciudad suspendida del alero de un tejado tan flexible que el viento la mece pero no la derriba, y el agua la moja pero no la cala. Se ve que el jeque abejero también dio precisas instrucciones.