La escritora brasileña Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937) conserva la capacidad que tienen los niños de absorber cada conversación, cada experiencia. «Aprendo siempre. Escucho todo. Ahora estoy aprendiendo de ti, de tu compañero Ricardo. Creo que todo guarda una operación extraordinaria», argumenta. Piñón ha vuelto a Asturias siete años después de haber recibido el Premio Príncipe de las Letras. Y regresa con la misma cordialidad, simpatía y energía que entonces. La primera mujer que llegó a presidir la Academia Brasileña de Letras se lanzó a la literatura con la novela «Guía-mapa de Gabriel Arcanjo» (1961). El año pasado publicó «El libro de las horas», novela que atesora sus memorias. Esta tarde protagoniza una nueva sesión del Ciclo Palabra en el Centro Niemeyer (20.00 horas, en la cúpula, acceso libre).

-¿Qué queda de aquella jovencita que leía a Dumas y Karl May?

Estoy viviendo un momento no nostálgico pero de muchas vocaciones. Va a salir este año un libro de arte con fotografías mías con pequeños textos. Es impresionante el material fotográfico que tengo, me he dado de cuenta de que he vivido demasiado. No significa que quiera vivir menos, pero sí que he sido un gran aventurera en la vida: acepté los retos, he conocido decenas de personalidades y de personas interesantes, me he nutrido de la materia prima de la vida. Y pienso que sigo amando a Karl May, porque la aventura se sustenta en la curiosidad, te da la sensación de que tu cuerpo está vivo, que todo entra y sale por los poros. Entra de forma indiscriminada y sale de una forma metafórica, por así decirlo.

-Usted siempre ha defendido el valor de la palabra, ¿queda refugio para la palabra sosegada en estos tiempos de imágenes, de rapidez, de lo efímero?

Sin la palabra no somos mucho. La palabra dice lo que no hay que decir, tiene su misterio, somos criaturas muy misteriosas. Las imágenes siguen pidiendo palabras, la imagen es una palabra también, sin el verbo no podrías entender la imagen. Existe la presencia benéfica y malévola tanto de la imagen como de la palabra. No creo que la humanidad dispense el verbo, a menos que nos entreguemos a una barbarie. Porque la palabra es el pensamiento, ¿cómo se piensa sin palabras? ¿Cuéntame? No se piensa sin palabras.

-Ha titulado la obra sobre sus recuerdos, «Libro de horas», como los libros de oraciones de la Edad Media, ¿por qué?

Los libros de horas eran de gran belleza, tenía ilustraciones maravillosas, sobre todo uno, el del Duque de Berry. Los poderosos se creían capaces de estar cerca de Dios con libros bellísimos. Y yo siempre pensé que se ponían a rezar pero que luego se cansaban, ¿quién ha vuelto a hablar con Dios tanto tiempo? Esos libros eran un pretexto para pensar en la vida, sustentar la lujuria, el deseo, el ansia del poder, el deseo de matar. Estaban sustentados por la memoria, tenían un contenido de vocación. Ese libro que yo he escrito, y que está saliendo muy bien, era un pretexto para hablar con el mundo y sustentar el prestigio de las memorias.

-¿Algún recuerdo que le gustaría borrar de esas memorias?

Uno no sabe. No creo que sea cuestión de borrar. Son opciones. Yo he elegido. Era un derecho mío elegir. Y ahora me puede usted preguntar, ¿por haber elegido unos recuerdos ha dejado otros fuera? Puede que sí. Uno va decidiendo no lo que le conviene, sino lo que tiene una coherencia estética.

-Coherencia estética y reflexión...

Hay momentos de virulencia reflexiva, de reflexión sobre el destino humano, sobre la muerte, sobre la soledad, la traición, el descrédito humano. Estaba muy enamorada de lo que estaba haciendo. No he puesto límite a mis reflexiones. Pero tuve que elegir. Hubo textos que no incluí, otros sí.

-La cultura siempre sufre, ¿pero agoniza en tiempos de crisis?

No, sufre tentaciones de desfallecimiento. En una crisis económica tu preocupación es la comida. Si no tienes el pan, siembras la desesperación, pero eso te obliga a pensar más que en tiempos de Fausto, aunque suene duro. Te lleva a pensar ¿por qué estoy así? ¿qué hicieron conmigo?, ¿yo he delegado mi voto y mi esperanza a esas criaturas que están destrozando la vida, que me sacan el pan y los dientes? A mí me impresiona mucho perder los dientes, la simbología de la miseria humana. No creo que una crisis quede registrada en la memoria de las personas, es un registro dramático. No se sale incólume de una crisis y tampoco la vives incólume.

-¿Y ese florecimiento del pensamiento en tiempos duros, en qué considera que se debería materializar?

Lo bueno de una crisis sería, si hay indignación e ira, que también genere una generosidad social hacia el otro. Porque una ira que se expande sin propósito social, sin regeneración, también es peligrosa.